Mauricio Pabón Lozano
El retrato estaba sobre una mesa fea que compré en un remate de Quinta Crespo; donde permanecí dos años que me parecieron cuatro, esperando noticias de Colombia. Era un retrato oficial del Jefe de Estado. Camisa blanca de lino, pantalón de la Marina caqui y zapatos negros. El cabello en desorden por la brisa del Caribe; y una sonrisa que no sugería sonrisa como tal; era una sonrisa prestada, o alquilada por un cantante italiano. Al lado de nuestro sabio Jefe de Estado, un señor que se llama John McCain; republicano, ex candidato presidencial de EE-UU. Junto a estos dos señores neoliberales y tal vez fascistas (depende del estado de ánimo), un desconocido que no sé, porqué, aparece en la litografía oficial. El señor McCain, también con camisa de lino; (para acatar el rigor protocolar), pero no blanca, pues él odia este color, elige el azul. La mano como tiene que ir: a la izquierda, la del señor McCain, y la del títere local a la derecha; desde luego, la mano del desconocido, a la derecha. A continuación: la sonrisa falsa de los tres. No parece un Jefe de Estado y un aspirante a presidente. El desconocido tampoco parece desconocido…parece un agente de turismo para gay. La barriga del señor McCain tampoco acude coherente en la litografía. No parece un político, parece un carnicero del sur, bien de Misisipi o la Florida. Al fondo de la imagen, el jardín de la Casa presidencial de Cartagena de Indias. Mas allá, edificios y el mar. Estaban hablando del rechazado Tratado de Libre Comercio. Estaban hablando de lo bien que le queda la corbata al doctor Juan Manuel Santos. Hablaron de lo bonita que está Bogotá. Y, en otras fotografías, la risita romántica de nuestro Jefe de Estado. El ex candidato presidencial de EE-UU prometió de nuevo ayudarnos. Y nuestro Jefe de Estado solo reía. Se sentía feliz porque él es uno de los que no puede ver un gringo porque acaba. Era como si experimentara un orgasmo múltiple poder hablar con un hombre tan poderoso como el señor McCain. El padre de nuestro Jefe de Estado también se excitaba cuando veía un gringo. Es una larga cadena que nos ha tocado vivir a los colombianos. Ya es tradición esa enferma obsesión de nuestros presidentes querer arrodillarse a los gringos. Todos los jefes de Estado del siglo pasado lo hicieron. Está bien, pueden decir que soy comunista. Yo mismo sé que no soy comunista. A mí me molesta como colombiano esa reverencia lacaya al Departamento de Estado. ¿Por qué EE-UU, tiene que diseñar nuestra política exterior? Por ejemplo. Entonces los cantantes: Shakira, Juanes, Carlos Vives, el loco Diomedes, el payaso de Felipe Peláez, el ridículo Silvestre Dangond y el estúpido Peter Manjarrés; no dicen nada. El Estado colombiano está asesinando niños con la ayuda de EE-UU y el Estado criminal de los judíos, y estos portadores de la cultura no dicen nada. Solo Aterciopelados; Joe Arroyo, Lucas Iguarán, Leandro Días, Carlos Huertas y el guajiro Hernando Marín, han levantado su voz de denuncia. Ahora que nuestro país muere por la lluvia, por la irresponsabilidad del sistema capitalista frente al equilibrio de la naturaleza; el doctor Juan Manuel Santos pide limosna a Washington para atender al millón y medio de nuestros hermanos damnificados. Su equipo económico tiene un argumento tentador: “mas crédito para crecer”… Cuando le sea dado el turno a la nueva generación, cuando le llegue la hora de organizar, planificar y ejecutar un plan realista en el marco de una economía sustentable; nuestros jóvenes dirigentes se van a encontrar con el terrible problema de la deuda exterior que el irresponsable (pero muy sabedor de lo que hace) Juan Manuel Santos ha profundizado. Solo les queda el negocio de la cocaína. Para tristeza nuestra somos el segundo país exportador de cocaína de este mundo luego de Afganistán. A EE-UU le gusta el negocio. Y a la clase dirigente de Colombia también; puesto que el negocio les permite mantener ese zángano tren de vida que llevan; y mantener a otra clase no menos zángana: nuestra inequívoca, histórica y estupenda y exquisita oligarquía.