Carlos Lucero
En estos momentos poselectorales en que vivimos, no me parece oportuno invocar aquella famosa frase del tango de Gardel. Acudimos a textos y encontramos que la teoría de la Relatividad nos da pautas en ese sentido: el tiempo padece de aceleraciones, lentitudes, y un amplio número de variaciones, que justamente relativizan el valor de las cosas que se consumen en su seno. Por lo tanto resulta dudoso otorgarle al tiempo una posible secuencia de uniformidad. Seamos precisos, estamos hablando del tiempo de la humanidad, también denominado con acierto, historia.A principios del siglo XX los hechos y la vida, transcurrían con un ritmo que contaban con cierta propiedad, conocida y aceptada, que, al acelerarse produjeron la llamada Gran Guerra. Así fue como las cosas cambiaron, pero no lo suficiente como para impedir que casi a la mitad del siglo, otra inmensa y trágica aceleración, diera origen a la muerte de muchísimos millones de personas en solo cinco años. Estalló la segunda Gran Guerra y concluyó despertando al demonio de la bomba nuclear sobre la cabeza de inocentes civiles.
Pero a partir de esos hechos, la tecnología comenzó a bajar hasta los niveles de la gente.
Y desde el inicio de este nuevo siglo, las cosas han sido marcadas por una generación que mediante la absorción del avance técnico, fue conformando una imagen de si misma, que responde a su propio paisaje. Diferente y propio. Lo que era de un modo, ahora es de otro, distinto. Está naciendo una generación con cuerpo global que ha decidido utilizar esa nueva categoría para dejar atrás concepciones limitantes. Lo que era constante, se trasformó, casi de golpe, en contingente, en relativo. Lo que era producto de una “mirada febril” hoy es decisión brillante. Lo que tomaba un tiempo en producirse, hoy sucede en pocos días. En el “ya”, el “ahora” que dejó de ser virtual, con la ayuda de las contradicciones políticas, se convirtió en potente reclamo social. En Plaza Tahir, en “Indignados”, en “OWS” y muchos más que aguardan su momento. Esta organización, inédita hasta el momento, le otorga fuerza y cohesión suficiente para que la velocidad histórica vaya conformando un mundo que se acomode a sus necesidades y al paisaje en el que quieren vivir.
Es evidente que los jóvenes de hoy no se sienten contenidos en el mundo que han heredado. Tienen sus propias pautas para superar las etapas del sufrimiento humano y rechazan la posibilidad de que las cosas sigan siendo como lo determinaban sus mayores.
Ahora, esos atribulados muchachos del ya típico “meiríademasiado” , forman una multitud que genera sus propios códigos y valores, que va desarrollándose en una dirección de la que poco conocemos y de la cual nos iremos alejando, si nuestros tobillos siguen atados a grilletes ideológicos del siglo diecinueve. Porque, la verdad es que no se irán, se quedaran aquí y también retornaran los que se fueron. Y se pondrán las pilas, porque nadie como ellos, ansía una revolución de raíz. Una transustanciación que principie por ellos mismos, convertidos en adultos y complemente el proceso iniciado en 1998.
Por nuestra parte, si nos cerramos frente a ellos, si nos gana la intolerancia, si no reconocemos y apoyamos el carácter revolucionario de su posición, estaremos negando la esencia más íntima de nuestro proceso. El desafío pasa entonces, porque ellos sientan la amplitud de nuestra mirada. De nuestra actitud. De reconocer, en su natural torpeza de expresión, una sólida posibilidad de futuro./desde , Mendoza, Argentina