El objetivo final de la OTAN: una guerra nuclear

Por: Henry Pacheco

Los líderes occidentales están actuando con desprecio temerario por el futuro de la humanidad. Su apuesta es que el presidente ruso, Vladimir Putin, nunca desplegará armas nucleares

El mundo se encuentra en su momento más peligroso desde la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962, pero entonces el temor a la destrucción total consumía a la opinión pública; hoy, pocas personas parecen ser siquiera conscientes de esa posibilidad.

Es fácil imaginar que pueda estallar una guerra nuclear entre (Rusia y China) vs Occidente, pero los políticos siguen aumentando las tensiones, colocando cientos de miles de tropas en «alta disponibilidad» y atacando objetivos militares y civiles dentro de Rusia, incluso mientras los ciudadanos comunes continúan alegremente con sus vidas.

La situación no tiene paralelo en la historia.

Consideremos los siguientes hechos: una alianza militar hostil, que ahora incluye incluso a Suecia y Finlandia, se encuentra en las mismas fronteras de Rusia¿Cómo se supone que deben reaccionar los líderes rusos, cuyo país estuvo a punto de ser destruido por invasiones occidentales en dos ocasiones en el siglo XX? ¿Cómo reaccionaría Washington si México o Canadá pertenecieran a una enorme alianza militar expansionista y sumamente beligerante contra EEUU?.

Como si la ampliación de la OTAN para incluir a Europa del Este no fuera suficientemente provocativa, Washington comenzó a enviar miles de millones de dólares en ayuda militar a Ucrania desde 2014, para «mejorar la interoperabilidad con la OTAN», en palabras del Departamento de Defensa. ¿Por qué esta intervención occidental en Ucrania, que, como dijo Barack Obama cuando era presidente, es «un interés central de Rusia, pero no de EEUU»?.

Una razón la dio el senador Lindsey Graham en un reciente momento de sorprendente franqueza televisada: Ucrania «tiene entre 10 y 12 mil millones de dólares en minerales críticos. No quiero darle ese dinero y esos activos a Putin para que los comparta con China».

Como informó The Washington Post: «Ucrania alberga algunas de las mayores reservas mundiales de titanio y mineral de hierro, yacimientos de litio sin explotar y enormes depósitos de carbón. En conjunto, valen decenas de millardos de dólares«.

Ucrania también tiene colosales reservas de gas natural y petróleo, además de neón, níquel, berilio y otros metales raros de importancia crítica. Para los dirigentes de la OTAN, no se puede permitir a Rusia y, en particular, a China el acceso a estos recursos.

Por lo tanto, la guerra en Ucrania debe continuar indefinidamente y no se deben empezar las negociaciones con Rusia.

Mientras Ucrania se integraba de facto a la OTAN en los años previos a 2022, EEUU puso en funcionamiento una base de misiles antibalísticos en Rumania en 2016.

Como señala Benjamin Abelow en How the West Brought War to Ukraine, los lanzamisiles que utiliza el sistema ABM pueden acomodar armas ofensivas con ojivas nucleares como el misil de crucero Tomahawk.

«Los Tomahawks», señala, «tienen un alcance de 2.500 kms, pueden atacar Moscú y otros objetivos en el interior de Rusia y pueden llevar ojivas de bombas de hidrógeno con rendimientos seleccionables de hasta 150 kilotones, aproximadamente diez veces la bomba atómica que destruyó Hiroshima». Polonia ahora cuenta con una base ABM similar.

Las garantías estadounidenses de que esas bases de misiles son de naturaleza defensiva, para protegerse contra un ataque (increíblemente improbable) de Irán, difícilmente pueden tranquilizar a Rusia, dada la capacidad de los lanzamisiles para lanzar armas ofensivas.

En otra medida belicosa, Trump se retiró unilateralmente en 2019 del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio de 1987Rusia respondió proponiendo que EEUU declarara una moratoria al despliegue de misiles nucleares de alcance corto e intermedio en Europa, diciendo que no desplegaría tales misiles mientras los miembros de la OTAN no lo hicieran.

Washington desestimó estas propuestas, lo que molestó a algunos líderes europeos. «¿La ausencia de diálogo con Rusia», expresó el presidente francés Emmanuel Macron, «hizo que el continente europeo fuera más seguro?.  No lo creo».

La situación es especialmente peligrosa si se tiene en cuenta lo que los expertos llaman «ambigüedad de la ojiva». Como han dicho altos oficiales militares rusos, «no habrá manera de determinar si un misil balístico que se aproxima está equipado con una ojiva nuclear o convencional, por lo que los militares lo considerarán un ataque nuclear» que justifica una represalia nuclear. Un posible malentendido podría, por tanto, sumergir al mundo en una guerra nuclear.

Occidente sigue acercándose cada vez más al precipicio nuclear. Ucrania ha comenzado a utilizar misiles estadounidenses para atacar territorio ruso, incluidos sistemas de misiles defensivos (no sólo ofensivos).

Este verano, Dinamarca, los Países Bajos, Noruega y Bélgica comenzarán a enviar aviones de combate F-16 a Ucrania, y Dinamarca y los Países Bajos han dicho que no habrá restricciones al uso de estos aviones para atacar objetivos en Rusia.

Los F-16 pueden transportar armas nucleares, y Rusia ha dicho que los aviones serán considerados una amenaza nuclear.

El exsecretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, acerca aún más al mundo a una crisis terminal y afirma que 500 mil soldados están en «alta disponibilidad» y que en los próximos cinco años los aliados de la OTAN «adquirirán miles de sistemas de defensa aérea y artillería, 850 aviones modernos, en su mayoría F-35 de quinta generación, y también muchas otras capacidades de alta gama«.

Macron se ha transformado en uno de los líderes más agresivos de Europa, con planes de enviar instructores militares a Ucrania muy pronto. Al mismo tiempo, la OTAN está manteniendo conversaciones sobre la posibilidad de sacar más armas nucleares del almacenamiento y ponerlas en estado de alerta.

No está claro hacia dónde se dirige todo esto, pero lo que es obvio es que los líderes occidentales están actuando con un desprecio temerario por el futuro de la humanidad. Su apuesta es que el presidente ruso, Vladimir Putin, nunca desplegará armas nucleares, a pesar de sus muchas amenazas de hacerlo y de los recientes ejercicios militares rusos para desplegar armas nucleares tácticas.

Dado que el uso ruso de ojivas nucleares bien podría precipitar una respuesta nuclear por parte de Occidente, el destino de la humanidad depende de la moderación y la racionalidad de un hombre, Putin, una figura que los medios de comunicación al que los políticos occidentales retratan constantemente como un monstruo irracional y sediento de sangre.

De modo que se supone que la especie humana debe depositar su esperanza de supervivencia en alguien que, según nos dicen, es un loco, que dirige un Estado que se siente asediado por la coalición militar más poderosa de la historia, comprometida con su desaparición.

¿Tal vez los locos no estén en el gobierno ruso sino en los gobiernos de la OTAN?

Resulta absolutamente desconcertante que millones de personas no estén protestando en las calles todos los días para reducir la crisis y alejar a la civilización del abismo. Es evidente que los medios de comunicación han cumplido con éxito su función de generar consenso, pero a menos que el público occidental despierte, la crisis actual podría no terminar tan benignamente como la de 1962.

La guerra como modelo económico

La guerra ha modificado la receta neoliberal que Rusia había aplicado desde 1991, pero para Kiev ha supuesto un estímulo más para la aplicación de una vía más radical: la opción ultraliberal

Las necesidades militares, tener que trabajar durante un tiempo prolongado en contexto de crisis y las dificultades logísticas, políticas y económicas que conlleva una guerra hace de la capacidad de mantener a flote la economía de un país uno de los aspectos más importantes a la hora de impedir una derrota por la vía del colapso. Sin embargo, como puede observarse en los datos macroeconómicos de los países inmersos en conflictos bélicos, el elevadísimo gasto que implica puede llegar a movilizar la economía de tal manera que se produzca un crecimiento fuera de lo normal. Es el caso, por ejemplo, de Rusia, cuya economía no solo ha soportado la embestida de los trece paquetes de sanciones económicas que la Unión Europea y sus aliados han impuesto desde el 24 de febrero de 2022, sino que ha mostrado una fortaleza que ha sorprendido a sus oponentes.

Para disgusto de Washington, Bruselas o Kiev, como mostraba recientemente Dmitry Nekrasov, ahora opositor, aunque en el pasado subdirector del Servicio Federal de Impuestos de la Federación Rusa, en circunstancias similares a las actuales, Rusia sería capaz de sostener la guerra durante un tiempo indefinido. Su informe admite un fuerte crecimiento, que ha sido constatado también por las instituciones económicas internacionales.

«En 2023, la Renta Nacional Bruta per cápita de Rusia alcanzó los 14.250 dólares y, en consecuencia, Rusia ha sido clasificada como país de renta alta por primera vez desde 2015. El crecimiento real del PIB per cápita representó un 3,6%, mientras que la renta interior bruta per cápita creció un 11,2% en 2023, lo que demuestra claramente el éxito de la política macroeconómica llevada a cabo a pesar de la presión externa», escribía el 2 de julio el Banco Mundial, admitiendo la capacidad de adaptación rusa al régimen de sanciones con el que Occidente pretendía hacer imposible la continuación de la guerra.

En el caso ruso, la guerra ha supuesto una forma de estimular la economía que implica varias consecuencias. Por una parte, se ha producido un claro aumento de los salarios reales, tanto a raíz del aumento de la producción, fundamentalmente militar, como por la reducción del paro. Como mencionaba en uno de sus últimos discursos económicos el presidente Vladimir Putin, actualmente el problema no es el desempleo, sino la falta de mano de obra cualificada. Estas circunstancias no se limitan a la industria, sino que se extienden a otros sectores. La construcción es un ejemplo claro: solo para las labores de reconstrucción y mejora de las infraestructuras que Rusia está realizando en los territorios de Donbass en los que el frente hace posible su realización, es preciso cubrir miles de puestos de trabajo que no siempre pueden completarse con la población local o aquella llegada de otras regiones rusas.

A esos dos aspectos hay que sumar los elevados salarios –y también pensiones o compensaciones a las familias en caso de fallecimiento– de los soldados que se alistan para acudir al frente. Como han analizado académicos como Volodymyr Ischenko, ucraniano afincado en Berlín, los ingresos que supone alistarse en las tropas que luchan en Ucrania son muy superiores a la media, especialmente en comparación con los percibidos por la población en las regiones periféricas de la Federación Rusa. Se explica así la desproporción entre los voluntarios procedentes de zonas remotas en comparación con, por ejemplo, con los de las dos capitales, donde los salarios son significativamente más altos.

El efecto es una redistribución de facto a causa de los efectos de la guerra, un fenómeno que se produce de forma relevante por primera vez desde la restauración capitalista de los años 90, en la que la liberalización y privatización masiva redujo drásticamente la presencia del Estado en la economía y el Gobierno tomó el camino de renunciar a todo aspecto redistributivo de la política fiscal. Temporalmente, la guerra ha paliado esas desigualdades que no solo se deben a los ingresos, sino también a la estructura impositiva ultraliberal.

La guerra ha supuesto también una cierta recuperación de la presencia del Estado en la economía. Es lo que pone de manifiesto el nombramiento de Andrey Belousov como ministro de Defensa, un paso que sigue la dinámica europea de que sea una persona civil y no militar quien se encuentre al mando de esa cartera.

En el caso ruso actual, la presencia de Belousov tiene una doble vertiente. Por una parte, supone separar el aspecto puramente militar, dirigido por el Estado Mayor -muy cuestionado por sectores de la población- y la gestión de los recursos, incluido el complejo militar industrial. Por otra, conocido por ser menos «comercial», es decir, menos propicio a sacar partido personal, y notablemente menos privatizador que otras personas del entorno del presidente Putin, Belousov ha recibido su puesto actual para aumentar la producción militar y mantener el control, evitando la fuga de recursos en forma de corrupción y tratos de favor que perjudiquen al Estado.

«No estamos hablando de ataques simbólicos y demostrativos por el mero hecho de atacar… Se trata de la destrucción sistemática, en primer lugar, de las bases aéreas donde se asienta la aviación estratégica, que a su vez lleva a cabo ataques masivos deliberados ‘contra la población civil y los objetos civiles de Ucrania’. Se trata también de la destrucción de infraestructuras y apoyo bélico. Se trata de la destrucción de instalaciones de producción militar y lugares donde se acumulan recursos», escribió el asesor de la Oficina del presidente describiendo un escenario de escalada masiva en territorio ruso, que a su vez provocaría una respuesta similar por parte de Moscú y acercaría aún más la guerra al escenario de guerra total.

Para lograr ese objetivo, Ucrania precisaría de una cantidad de recursos de los que no dispone por sí misma (y la OTAN aparentemente no puede proporcionar). El aumento del gasto que supone la guerra también ha tenido consecuencias en la economía ucraniana, que, según el Banco Mundial, también ha subido un peldaño en el nivel de ingresos y ahora es calificada de un país de ingresos medios.