Golpe de estado prolongado en Venezuela


El chavismo bravío lo volvió a hacer.

Por: Henry Pacheco

En medio de una campaña mediática de intoxicación (des)informativa y una guerra comunicacional de última generación en la que participó el propio Elon Musk −el megamillonario sudafricano residente en EEUU y propietario de X, antes Twitter− como padrino de la extrema derecha venezolana, las bases bolivarianas volvieron a ganar otra batalla, esta vez en las urnas: los votos le ganaron a los ‘bots’ y a Musk.

Pero la guerra sigue. En su fase actual, se trata de una guerra híbrida que utilizó las elecciones presidenciales del 28 de julio como instrumento para impulsar un golpe de Estado oligárquico, contrarrevolucionario y de características fascistas, tutelado por Washington a través del Departamento de Estado; la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur del Pentágono, y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), aunque algo limitada ésta porque tiene que operar desde la embajada de EEUU en Colombia, con la colaboración del lobby cubano-estadounidense de Miami, Florida, con Marco Rubio y el senador Bob Menéndez (declarado culpable de 16 cargos penales debido a un caso clásico de corrupción a gran escala según dictaminó la corte federal) a la cabeza.

Una conspiración que contó, además, con la complicidad de la ultraderecha cartelizada de Europa y América Latina, y de los presidentes de Argentina, Chile, Perú, Costa Rica, Panamá, República Dominicana y Uruguay, que intentan reeditar al fenecido Grupo de Lima como instrumento de la política de cambio de régimen made in USA.

Así, podría decirse que si la fracasada asonada cívico-militar del 11 de abril de 2002 contra el presidente Hugo Chávez constituyó el primer golpe mediático del siglo XXI (a partir del papel clave jugado por los tres principales conglomerados privados locales: Venevisión, del magnate Gustavo Cisneros; Globovisión, bajo la batuta de Alberto Federico Ravell, y Radio Caracas Televisión [RCTV]), la actual intentona en curso constituiría un golpe digital en redes al estilo Maidan en Ucrania, en 2014, pero actualizado con tecnologías sofisticadas.

En realidad, se trata de un golpe de Estado continuado que sigue el esquema de las revoluciones de colores (golpe suave) de Gene Sharp, que desde junio pasado comenzó a manufacturar en las llamadas redes sociales y los medios oligopólicos privados una metarealidad mediante la difusión de noticias falsas (fake news) y distorsionadas matrices de opinión, que adaptando la técnica militar del enjambre a las plataformas comunicacionales, posicionaron al candidato de la ultraderecha, Edmundo González, más de 30 puntos arriba del aspirante del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Nicolás Maduro, en busca de su relección.

Una guerra comunicacional asimétrica estratégica, que sigue los parámetros de la Doctrina Conjunta de Operaciones de Información del Pentágono, que combina el empleo integral de la guerra electrónica, las operaciones sicológicas (Psyop), las operaciones en las redes de computadoras y celulares (guerra cibernética) y la decepción militar, como herramientas de manipulación y de fabricación de una determinada percepción de la población nativa y las audiencias del exterior, a lo que se sumaron desde junio pasado sabotajes contra el sistema eléctrico e infraestructura crítica, intentos de magnicidio contra el presidente Maduro y un blackout informativo sobre sus actividades de campaña.

El gobierno de Estados Unidos desconoció el resultado oficial de las elecciones presidenciales venezolanas y, sin esperar a la publicación de las actas ni al recuento de votos, proclamó ganador al candidato de paja de la derecha, Edmundo González Urrutia. Que cosa tiene la vida se repite la historia.

Con este acto de injerencia imperialista, las relaciones entre Washington y Caracas vuelven al mismo punto en el que entraron en enero de 2019, cuando la administración trumpista declaró presidente interino al entonces diputado Juan Guaidó. Tal como hace cinco años, la designación de un mandatario espurio está acompañada por una violenta desestabilización interna Se repite el guion desestabilización. en la que grupos de choque generan caos urbano y atacan tanto a las fuerzas del orden como a simpatizantes del chavismo; todo ello mientras los medios de comunicación corporativos construyen una narrativa totalmente distorsionada de los acontecimientos. La repetición de la fórmula ensayada también desde del año 1999 –rechazo de la derrota electoral y puesta en marcha de un intento de golpe de Estado– demuestra que, en lo que respecta a América Latina, la superpotencia tiene un solo partido político, el partido intervencionista.

El reconocimiento a González Urrutia y a la verdadera dirigente de la derecha golpista (expresión que en nuestro país) Venezuela puede considerarse un pleonasmo – redundanciarepeticiónreiteraciónexceso-), María Corina Machado, no es un mero gesto simbólico, sino elemento central de un plan de saqueo. Debe recordarse que la proclamación de Guaidó incluyó la entrega de la representación y los activos financieros de Venezuela en el exterior a su grupo de traidores.

El robo de las reservas auríferas es un ejemplo esclarecedor de lo que implica la estrategia de Occidente: hace casi exactamente dos años, el 30 de julio de 2022, un tribunal británico ordenó poner a disposición de ese personaje las 31 toneladas de oro depositadas en Reino Unido por el Banco Central de Venezuela con el absurdo argumento de que él ostentaba la legítima personería jurídica de su país.

Aunque Guaidó desapareció del escenario tan pronto como dejó de ser útil a los intereses occidentales, los recursos robados nunca le fueron devueltos al pueblo venezolano. Se trató de la inauguración de una nueva modalidad de piratería de Washington y sus aliados contra los países del sur global, consistente en desconocer a los gobiernos legítimos, respaldar a cualquier aventurero dispuesto a ponerse a sus órdenes y, a través de esta clase de marionetas, desviar los fondos a los que puedan echar mano.

Las naciones latinoamericanas y caribeñas, vejadas a lo largo de toda su historia por este tipo de maniobras, deberían ser las primeras en alzar la voz contra el injerencismo en los asuntos venezolanos. Sin embargo, 15 países de la región acompañaron a Washington y Ottawa en un fallido proyecto de resolución violatorio de la soberanía venezolana en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA). El desfiguro de esta iniciativa queda patente desde el hecho de que se permitió participar en ella al régimen de Dina Boluarte, el cual llegó al poder mediante un golpe de Estado y es rechazado por un abrumador 95 por ciento de los ciudadanos; y hasta por 98 por ciento en las regiones donde su imposición se cobró más víctimas mortales. En contraste, varios países latinoamericanos como, México, Colombia y otros, que pueden sentirse orgullosos de contar con los gobiernos que se pronunciaron de manera firme en contra de la resolución que transgrede los principios de la legalidad internacional y de la propia OEA.

El desarrollo de la situación no deja ningún lugar para las dudas: lo que ocurre en Venezuela es la lucha de un país para preservar su soberanía frente a los embates imperialistas y sus agentes locales. En este contexto, las voces progresistas deben situarse con firmeza del lado de Venezuela, piensen lo que piensen de sus gobernantes.