Por: Henry Pacheco
¿Qué es la pobreza? Responder esta pregunta es relativamente fácil si nos atenemos a su significación más general y abstracta. Pobreza significa carecer de satisfactores para nuestras necesidades.
Así, cuando carecemos de lo más básico, al grado de padecer hambre o tener un gran número de necesidades insatisfechas, decimos que la pobreza es extrema.
Si nuestras carencias son menos acuciosas, ya sin sufrir hambre, pero aún sin alcanzar una vida digna, entonces decimos que la pobreza es moderada.
Sin embargo, la cuestión general es que el pobre tiene insatisfechas sus necesidades.
Y digo “el pobre” deliberadamente. Porque la pobreza no es solo una situación exterior a las personas. Nuestros modos de vida condicionan nuestra forma de ser y nuestra conciencia. Las necesidades que cubrimos permiten el surgimiento de nuevas necesidades, mientras que la privación constante no solo limita este proceso, sino que puede llevarnos, incluso, a “contentarnos” con poco.
Las condiciones de pobreza, que primero son exteriores, producen formas particulares de subjetividad. Estos efectos, estas “incorporaciones” de la pobreza en nosotros, son más difíciles de combatir y no pueden ser erradicadas con la rapidez que quisiéramos, precisamente, porque la pobreza deja estragos en el cuerpo y en la psique. Y eso no es todo, porque el problema se agrava cuando el pobre es tipificado, etiquetado y, además, estigmatizado.
Para el pensamiento meritocrático, el pobre es culpable de su propia situación. En consecuencia, es ignorado y despreciado. Incluso es visto como una lacra, pues representa un mal ejemplo para la sociedad.
Para el utilitarismo el pobre se vuelve o bien una herramienta o un estorbo. En el primer caso, el pobre es usado de diversas maneras, por ejemplo, como eslogan de campaña o como objeto de políticas públicas, pero solo en la medida en que su atención resulta en beneficio de otros. Aquí no se trata de procurar el bienestar del pobre por su dignidad como ser humano, se trata más bien de los beneficios que otros obtienen con su atención.
En el segundo caso, cuando el pobre ya no es útil, se lo ve como un estorbo, como algo indeseable que “afea” el paisaje y “molesta”. Es entonces cuando la exclusión y las fantasías clasistas de “limpieza social” aparecen.
Y los pobres llegan incluso a creer en estos estigmas, de ahí la vergüenza que sienten ante la idea de “ser pobres”, y es por eso mismo que muchos prefieren creer que son “clase media”. Así, los pobres son doblemente víctimas: primero de sus carencias materiales y, segundo, de la estigmatización, instrumentalización y exclusión social.
Sin embargo, el utilitarismo parte de concepciones equivocadas. La pobreza no es, solo ni fundamentalmente, un producto de acciones individuales.
La pobreza es el resultado de, al menos, dos circunstancias: la inexistencia de riqueza, es decir, de satisfactores para las necesidades humanas, o la distribución desigual de la riqueza existente, tanto al interior de un país como entre las naciones del mundo.
En las sociedades modernas, donde hay casas sin gente y gente sin casa, donde pequeñas élites amasan grandes fortunas, mientras millones de personas carecen de lo más básico, donde las empresas de países ricos se benefician enormemente de la mano de obra barata y recursos naturales de los países del Sur Global, sin contribuir siquiera o muy poco al desarrollo de sus economías, la pobreza es más bien el resultado de una mala distribución de la riqueza y no de su inexistencia.
Vista así, la pobreza es esencialmente relacional. Para que pocos sean inmensamente ricos es necesario que muchos sobreviven con lo mínimo.
La pobreza entonces no debería ser motivo de vergüenza, sino de indignación. El pobre, con sus carencias materiales e incorporadas, con sus dolores y anhelos frustrados, con su condena a conformarse con tan poco, pudiendo y debiendo ser de otro modo, es resultado de una injusticia estructural. Los pobres deberían respetar a sus opresores: ¡no somos nada y deberíamos serlo todo!
Pero, cuidado aquí, porque no hablo solo de las personas en pobreza extrema. Como mencioné antes, el pobre es aquel que carece de los recursos para vivir dignamente. Y ¿qué es vivir dignamente? podríamos decir que una vida digna es aquella que permite el florecimiento humano, es decir, la satisfacción íntegra de las necesidades materiales, sociales y humanas, de manera que cada persona no solo sea capaz de sobrevivir y desempeñarse de forma competente en la sociedad, sino que además esté en condiciones de alcanzar su autorrealización.
De acuerdo con los datos del Consejo Nacional de Estadísticas, con una población aproximada de 30.000.000 para Venezuela, en 2024, había al menos 2.1 millones de personas en pobreza extrema y 8.7 más en pobreza moderada. Sin embargo, también había 8.8 millones que, a pesar de contar con un buen ingreso, tenían al menos una carencia social, ya sea en materia de salud, educación, vivienda, servicios básicos o alimentación. Asimismo, había al menos 2.2 millones de personas más que, a pesar de no contar con ninguna de las carencias antes mencionadas, tenían ingresos por debajo de la línea de pobreza.
Si contamos a todas estas personas, el resultado es que, para 2024, en Venezuela hay al menos 21.7 millones de personas con alguna carencia, esto es, 73% de la población, casi tres de cada cuatro venezolanos y venezolanas.
Cabe decir que el ingreso mínimo mensual estaría conceptualizando la pobreza. Sin embargo, sus datos nos permiten ver con toda claridad que, incluso bajo definiciones más restringidas, el problema de la pobreza es enorme. Los pobres somos la inmensa mayoría.
En este punto, quizá algunos se conformen pensando que en verdad viven bien, pues no les falta comida, techo, vehículo, celular y algunas comodidades más. Sin embargo, la gran mayoría de estas personas están a un despido o una enfermedad que profundiza grandemente sus carencias.
La pobreza es una sombra que se cree amenazadora en el horizonte de la inmensa mayoría, ya sea para perpetuarse o irrumpir en la vida de las clases medias en el momento menos esperado. Porque incluso ellas están más cerca de los pobres que de los ricos. El problema nos incumbe a la inmensa mayoría y está en nuestras manos la posibilidad de solucionarlo. Nuestra fuerza es nuestro número, solo necesitamos materializar esa fuerza con decisión, conciencia y organización.
