Por: Omar Romero
En la historia reciente de la Iglesia Católica, pocas homilías han despertado tanto asombro como la pronunciada por el Papa León XIV durante la Jornada Mundial de la Justicia Social. No fue una encíclica ni una declaración dogmática; bastó una cita, una frase extraída del discurso de posesión del presidente colombiano Gustavo Petro, para que las estructuras tradicionales se removieran: “El poder no está en mandar, sino en servir al pueblo con justicia”.
Muchos interpretaron el gesto como una rareza anecdótica. Pero en tiempos de crisis global, donde el cinismo político y la indiferencia religiosa van de la mano, pronunciar un nombre no es solo un acto de palabra: es un acto de poder. Y el Papa lo sabe.
Más que un nombre, un símbolo
Citar a Petro en el altar del Vaticano es más que un guiño diplomático. Es elevar al espacio sagrado una figura que representa contradicciones profundas: el sueño de los pueblos de América Latina por justicia social y la dificultad real de ejercer ese ideal desde las instituciones corroídas. Petro no fue citado por ser infalible nadie lo es, sino por ser incómodo. Porque su figura incomoda tanto a la derecha y a la oligarquía que defiende privilegios como a la izquierda que exige pureza. Y ahí radica su potencia simbólica.
La Iglesia frente a su propia sombra
Desde hace siglos, la Iglesia ha caminado entre el poder y la profecía. Ha bendecido imperios y ha protegido mártires. León XIV, con su cita, se sitúa en la senda de los segundos. No canoniza a Petro, pero tampoco lo instrumentaliza. Lo convoca como figura de debate. Como provocación ética. Porque el Evangelio no pide perfección, sino servicio; no pide obediencia ciega, sino compasión concreta. ¿Qué otro líder político reciente ha dicho con esa claridad que gobernar es servir y no mandar?
Un gesto profético en tiempos de ambigüedad
El Papa pudo haber citado a cualquier filósofo, a cualquier teólogo. Eligió, en cambio, a un presidente del sur global, de un país golpeado por la desigualdad,la corrupción,la guerra y la esperanza. En un mundo donde el norte impone discursos y el sur paga las consecuencias, este gesto es una inversión simbólica del mapa. Es una pedagogía del coraje. Una advertencia moral a quienes entienden el poder como privilegio y no como responsabilidad.
No es Petro el canonizado, es la justicia la convocada
Es fácil malinterpretar el gesto. No se trata de endiosar a Petro ni de transformar el Vaticano en un foro político. Se trata, más bien, de recordar que la fe no puede estar divorciada del dolor de los pueblos. Que un sermón no puede ser indiferente ante la miseria. Que la Iglesia como ha dicho el mismo León XIV debe ser “una barca entre los pobres, no un palacio entre los poderosos”.
Por eso, el nombre de Petro en esa homilía no fue un desliz, sino una invitación. A revisar quiénes nos gobiernan y cómo. A preguntarnos si nuestros líderes, más allá de las ideologías, tienen el corazón puesto en el pueblo. A mirar hacia el sur, no como periferia, sino como centro moral del futuro.
El nombre que despertó conciencias
En tiempos donde todo se banaliza, el Papa eligió no callar. En tiempos donde el poder se disfraza de neutralidad, él prefirió la incomodidad de la verdad. Citar a Petro fue una chispa. La pregunta es: ¿nos atreveremos a encender el incendio de la justicia?
