Henry Pacheco
La idea de que Estados Unidos, está dispuesto a luchar contra Rusia hasta el último ucraniano ha sido habitual en la prensa rusa desde el inicio de lo que el Kremlin sigue llamando operación militar especial, una guerra en la que ha perdido ya más soldados de los que la Unión Soviética perdió en diez años en Afganistán.
La intensidad de la guerra, los medios utilizados y la fortaleza de ambos ejércitos, uno respaldado por una potente industria militar y el otro por la de sus socios de la OTAN, hace de esta una guerra diferente a las que han luchado las grandes potencias en las últimas décadas. La comparación con Afganistán es también válida para Estados Unidos, no en cuanto a la guerra que libró durante dos décadas, sino la que luchó por la vía indirecta armando a grupos vinculados a Ahmad Shah Massoud, Gulbiddin Hekmatyar o Yunnus Khalis, entre cuyos seguidores se encontraba el patriarca de lo que con el tiempo sería la red Haqqani, base tanto del Talibán como de al-Qaeda.
Esas eran las herramientas con las que Washington estuvo dispuesto a luchar contra la Unión Soviética hasta el último afgano. En esa ecuación no entraba en juego el bienestar de la población, al igual que no lo hace ahora el del pueblo ucraniano. Es más, ampliamente aceptada ya incluso en la prensa occidental la realidad de la guerra proxy, la necesidad de luchar contra Rusia hasta el último soldado ucraniano comienza a aparecer cada vez más, no solo en el análisis de la situación, sino incluso en las recetas para el éxito.
El limitado éxito de la contraofensiva ucraniana, ya en su tercer mes, ha provocado tres tipos de reacciones racionales y una irracional, la negación de la realidad. En esta última se encuentran tanto los fanáticos que siguen afirmando que “todo va según el plan”, como Andriy Ermak, o quienes quieren exagerar las pérdidas rusas para dar a Ucrania una posición mejor que la que alegan sus propias autoridades, como fue el caso de Evgeny Prigozhin, que en una de sus escasas apariciones de las últimas semanas antes de su muerte, afirmó que lo que ocurre en el frente “es una vergüenza”. Al margen de esas posturas claramente alejadas de la realidad, analistas y medios se han dividido entre quienes consideran que la ofensiva puede tener éxito y quienes buscan dar su receta para cambiar la situación.
Los primeros se encuentran, a su vez, repartidos entre quienes alegan que Ucrania cuenta con todo lo necesario para lograr sus objetivos y quienes justifican el escaso éxito criticando implícita o explícitamente a los proveedores, fundamentalmente a Joe Biden, por no haber entregado a Kiev el armamento necesario. Los primeros están capitaneados por Antony Blinken, que repetidamente ha afirmado que Ucrania cuenta ya con el material necesario y ha puesto sus esperanzas en la introducción en el campo de batalla de las brigadas instruidas en el extranjero específicamente para la actual ofensiva.
El grupo de los segundos está claramente liderado por las voces más estridentes del Gobierno ucraniano como Mijailo Podolyak y sus seguidores más fanáticos, entre los que se encuentran quienes hacen ahora campaña para defender, utilizando incluso argumentos de defensa de los derechos humanos, el uso de bombas de racimo. Por supuesto, este grupo no solo exige rapidez en la entrega de cazas F-16, que varios países europeos han prometido ya a Zelensky y que llegarán una vez finalizada la instrucción de los pilotos, sino misiles de largo alcance con los que Ucrania no ha escondido que atacaría fundamentalmente las infraestructuras de Crimea.
Todos ellos tienen en común la defensa de la continuación del suministro de armamento a Ucrania, algo que fundamentalmente se realiza desde argumentos económicos de coste y beneficio. Por ejemplo, Mitch McConnell, líder de la minoría en el Senado de Estados Unidos y miembro del Partido Republicano, supuestamente menos favorable a la asistencia ilimitada a Ucrania, ha afirmado recientemente que “no hemos perdido a un solo estadounidense. La mayor parte del dinero vinculado a Ucrania que gastamos se gasta realmente en Estados Unidos, reponiendo armas, etc. Así que realmente estamos dando empleo a la gente aquí y mejorando nuestro propio ejército para lo que pueda venir en el futuro”. Sin necesidad de muchas palabras, McConnell resume algunos de los grandes beneficios de la guerra proxy para la principal potencia militar mundial, que no solo ve la guerra en la distancia, sino que incluso puede lograr algunos beneficios económicos. La idea de que la guerra está siendo barata para Washington es otro de los argumentos en alza como uno de los beneficios de la guerra proxy.
Muchos son los artículos publicados en grandes medios de comunicación que, para evitar instalarse en la pérdida de esperanza en la posibilidad de que Ucrania pueda conseguir al menos un parte de los objetivos, han optado por la postura de dar recetas sobre cómo las tropas de Kiev podrían mejorar su posición y su actuación. Quizá el mejor ejemplo de esta postura es el artículo publicado esta semana por The New York Times y promocionado en redes sociales afirmando que “la contraofensiva ucraniana está sufriendo para irrumpir a través de las defensas rusas en gran parte, porque tiene demasiadas tropas en los lugares equivocados”. El reportaje no es el primero, y posiblemente no va a ser el último, en señalar aquellos actos que oficiales estadounidenses consideran un error. La prensa había publicado ya, no sin cierta preocupación, las reticencias de Ucrania a continuar con unos planes que habían causado enormes bajas de personas y pérdidas de equipamiento. Como se ha podido leer en grandes medios estadounidenses, Kiev optó por modificar su táctica para limitar esas bajas, aun contra el criterio de Estados Unidos. La valoración de las bajas entre los militares ucranianos como daños colaterales no solo son aceptables, sino necesarios.
Ahora, oficiales estadounidenses utilizan a The New York Times para profundizar en su mensaje. En pocas palabras, el plan de Estados Unidos es convencer -o coaccionar- a Ucrania para que opte por una estrategia que ponga énfasis en el objetivo inicial: Melitopol. De ahí que la principal crítica a la táctica ucraniana es que no se ha centrado únicamente en la zona del frente en la que está sufriendo más bajas. Es ahí donde Washington quiere ver progresos y no en otras zonas del frente que, como Artyomovsk, son irrelevantes en este momento. Ucrania, que este último año ha dado enorme importancia simbólica al lugar y que ha llegado a afirmar falsamente que, en caso de captura rusa, el resto de Donbass quedaría a su alcance –Rusia capturó Artyomovsk en mayo y no ha logrado avanzar hacia Slavyansk y Kramatorsk-, ha continuado luchando férreamente por recuperar terreno en ese sector. Allí no se enfrentan ya a las tropas de Wagner, retiradas tras la toma de la ciudad, sino a unidades de las Repúblicas Populares y tropas regulares rusas. Es probable que el contingente ruso sea actualmente menos numeroso –no solo porque la defensa requiere menos efectivos que el asalto, sino porque esas unidades no cuentan con la capacidad de reclutamiento de la que ha disfrutado Wagner en los meses en los que ha tenido la opción de captar soldados en las cárceles rusas-, lo que daría a las tropas ucranianas más facilidades de avance en esa dirección.
Consciente de que se trata de una zona en la que Rusia no ha dispuesto del tiempo que sí ha tenido en Zaporozhie para preparar la defensa, Ucrania ha elegido el sector de Artyomovsk para presionar a las tropas rusas y tratar de lograr un gran éxito que presentar a sus socios y a su población. Kiev precisa de esas buenas noticias para compensar la fatiga de la guerra, especialmente si, como se especula, se dispone a ampliar y acelerar la movilización. En su rueda de prensa de 25-08, Zelensky no confirmó esos planes, aunque sí que esa es la propuesta que ha recibido de sus autoridades militares. La recuperación de Artyomovsk no solo tendría más impacto que la captura de pueblos como Rabotino, por la que se lucha actualmente, sino que es más factible que la aproximación a Melitopol. Es más, Zelensky ha enviado a Artyomovsk para liderar ese sector del frente a Andriy Biletsky y su unidad creada en torno al movimiento Azov y no a las unidades consideradas de élite, reservadas para el frente que tanto Ucrania como Estados Unidos consideran prioritario. Como en Mariupol el año pasado, las tropas de Azov son perfectamente sacrificables. Zelensky ha enaltecido al regimiento lo suficiente como para poder hacer propio cualquier éxito, pero también para glorificar a sus caídos como mártires de la patria. Esos soldados son útiles tanto vivos como muertos.
Aun así, Estados Unidos parece considerar que ese contingente es excesivo y exige que Ucrania concentre todos sus esfuerzos en las direcciones de Melitopol y Berdiansk, dos de los objetivos más claros desde que comenzó la preparación de la ofensiva, por lo que es ahí donde Rusia ha concentrado sus esfuerzos defensivos. El campo abierto de Zaporozhie no solo supone grandes bajas a causa de los extensos campos de minas, sino porque la táctica que propone Washington implica volver a utilizar grandes cantidades de columnas blindadas, objetivo fácil para la aviación rusa. Esta exigencia estadounidense, que a juzgar por la insistencia en el sector de Rabotino ha sido ya aceptada por Zaluzhny, no solo es una receta que garantiza enormes bajas, sino que es una táctica que, como han reprochado incluso oficiales ucranianos, Washington jamás aceptaría utilizar sin contar con superioridad aérea y artillera. Sin embargo, las normas y las exigencias son diferentes para el ejército proxy, que debe aceptar que, para su patrón, son únicamente una herramienta que debe continuar con los planes asumiendo tanto las bajas como una estrategia sin ninguna garantía de éxito. Aun así, The Wall Street Journal publicaba ayer que Ucrania ha aceptado centrarse en el frente de Orejovo para contentar a Estados Unidos, principal proveedor de esta guerra.
El subtexto de todos estos artículos, que admiten los problemas que está sufriendo Ucrania, no es avanzar hacia una resolución del conflicto o una posible negociación de paz o de alto el fuego sino todo lo contrario. Estados Unidos acepta que sus tropas jamás avanzarían sobre los campos de minas sin haber realizado primero un trabajo de desgaste y bombardeos masivos de la retaguardia de su enemigo. Ucrania carece de los misiles y la aviación que utilizaría el comando estadounidense para realizar ese ataque previo al asalto terrestre, de ahí que el mensaje que subyace de las críticas y de las propuestas de cambio es acelerar la entrega de ese material y seguir la doctrina de Mijailo Podoliak, que califica de “desescalada” la entrega de F-16 y termina con “armas, armas, armas” sus mensajes sobre la salida militar al conflicto como única opción aceptable. Para ello, Estados Unidos está dispuesto a suministrar y financiar a las Fuerzas Armadas de Ucrania durante un tiempo indefinido siempre que el ejército proxy ucraniano acate las órdenes y acepte un nivel aún más elevado de bajas.
