Por: Marcelo Colussi
Los tiempos actuales no son de crecimiento y avance para el campo popular y las
izquierdas. Como propuestas de izquierdas en el mundo ha ido quedando solo la
posibilidad de progresismos socialdemócratas, que no pasan de ser capitalismos
con rostro humano, en todos los casos llegados al poder por medio de elecciones
llamadas “democráticas” en el marco de la institucionalidad capitalista. A través de
ese mecanismo, eso ya es archisabido, no es posible cambiar de raíz la sociedad:
solo cambios superficiales, medianamente útiles, pero no sustanciales. La prensa
comercial de todo el planeta se encarga de mostrar los “desastres” de los actuales
planteos capitalistas (pero no hablan de China, curiosamente); y ahí están
Nicaragua, Venezuela, Cuba, de donde la gente “huye” de esos -así presentados-
regímenes autoritarios, mientras que la población del Sur (más de 4,000 personas
diarias) “migra” hacia los polos de esplendor del capitalismo: Estados Unidos y
Europa Occidental.
¡Puras falacias! Viles mentiras presentadas de forma distorsionada. El sistema
capitalista, con toda la riqueza que ha podido acumular y un descollante desarrollo
científico-técnico, no puede solucionar los acuciantes problemas de la humanidad:
hambre, ignorancia, discriminación, guerras. Los primeros planteos socialistas de
la historia (la actual Nicaragua y Venezuela deberían ponerse entre signos de
pregunta) efectivamente comenzaron a solucionar esos problemas. Justicia no es
que algunos coman caviar mientras una mayoría come sobras, sino que, justicia y
equidad social real significan que todo el mundo coma, quizá no caviar, pero sí
comida nutritiva (no olvidar, por ejemplo, que Cuba, pese al inhumano bloqueo,
obtuvo el segundo lugar en el medallero olímpico de París entre todos los países
latinoamericanos; es evidente que allí la gente se alimenta satisfactoriamente).
Para desplazarse ¿es necesario un vehículo de medio millón de dólares, o es
preferible el transporte público, bueno y eficiente? El capitalismo nos ha enseñado
-machaconamente- que quienes comen caviar y tienen un Lamborghini son
“mejores” que la plebe que viaja en autobús. ¿No es hora de terminar con esos
absurdos inauditos, con esas monstruosidades que nos mantienen en la noche
oscura de la historia?
Es cierto que hoy nadie sabe con exactitud cómo construir alternativas válidas
contra el capitalismo. Eso no significa que no las haya. La cuestión es cómo,
inteligentemente, se pueden ir concibiendo, dándoles forma y poniéndolas en
práctica. Hoy, en este actual mundo desigual y plagado de injusticias, los caminos
para ello se ven obstruidos. El presente opúsculo no aporta nada nuevo para esa
construcción, pero es un llamado, vehemente y enérgico, a no perder las
esperanzas. Remarquemos que esperanza no es lo mismo que ilusión. Las
ilusiones pertenecen al campo religioso, que es lo mismo que decir al de las
fantasías, de las quimeras, sueños irrealizables; la esperanza no, es otra cosa. La
ilusión es una espera pasiva, sin praxis concreta; la esperanza implica acción,
búsqueda activa de la consumación de un anhelo, de un deseo. Quienes tenemos
esperanza, actuamos, accionamos concretamente en el mundo. La revolución
socialista es una práctica movida por la esperanza de un mundo de mayor justicia,
no es una vana ilusión, una espera de algo imposible, más ligada a la fe. Tal como
dijera Xabier Gorostiaga tras la desaparición del campo socialista europeo,
“quienes seguimos teniendo esperanzas no somos estúpidos”. Pensamos -y
actuamos en consecuencia para- que este mundo legado por el capitalismo,
inviable a futuro (la catástrofe ecológica actual nos puede matar), pueda cambiar
de una buena vez.
La observación serena de la actual realidad mundial nos muestra un campo
popular y un ideario revolucionario en retroceso; hoy día eso es innegable. Las
primeras experiencias socialistas, no los progresismos actuales (Rusia, Vietnam,
China, Cuba) han mostrado que sí es posible construir alternativas válidas al
capitalismo. En todos los países que abrazaron el socialismo, no había gente
comiendo caviar sobre una mayoría hambrienta: pero sí todos comían. No había
vehículos de lujo, pero sí transporte público eficiente y barato. Es cierto que esas
primeras y balbuceantes experiencias han dejado inquietudes y preguntas sin
resolver (burocracia, privilegios, autoritarismo, muy similares a lo que encontramos
en el capitalismo), y el peso aplastante del discurso de la derecha parece
asfixiarnos remarcando esas falencias. De todos modos, con serenidad, vale
tomar muy en serio las palabras de uno de los fundadores del Partido Comunista
Italiano, Antonio Gramsci, más que adecuadas en este momento histórico: “Actuar
con el pesimismo de la razón y con el optimismo del corazón”.
Con un avance estrepitoso del discurso de derecha, individualista y conservador,
con un manejo fabuloso de los medios de comunicación creando opinión pública
hecho a la más alta escuela, llegando a la deformación infame de la llamada “post
verdad” (“La industria y manufactura de los mensajes que producen reacciones
emocionales que son independientes de su relación con la realidad. (…) Una
forma sistémica y manufacturada de la circulación de la información en los medios
de comunicación”, Fernando Broncano), el sistema capitalista parece imbatible.
¡Pero no lo es! Mantener en pobreza y exclusión a grandes mayorías y promover
guerras por doquier porque eso es negocio para algunos, eso no es ningún triunfo.
Es, en todo caso, la derrota de la humanidad como especie. El socialismo, pese a
todos los errores que se le puedan y deban corregir, es una esperanza de algo
mejor.
Aun a riesgo de caer en eurocentrismos, permítasenos cerrar este breve texto con
esta reflexión: una de las páginas más espectaculares de la música universal, el
Himno a la Alegría compuesto por Ludwig van Beethoven (cuarto movimiento de
su Novena Sinfonía) sobre letra de Friedrich Schiller, considerado patrimonio
cultural de la humanidad por la UNESCO, fue escrito por un sordo. No escuchaba
los sonidos de su obra al ser ejecutada (en el estreno en el Teatro de la Corte
Imperial y Real de Viena, en 1824, él solo hizo la mímica, mientras en realidad la
orquesta y el coro eran dirigidos por otro director), pero los vivía plenamente. Su
sordera no le impidió concebir un canto a la alegría, a la esperanza, a un nuevo
amanecer radiante. Si todavía estamos algo aturdidos, ensordecidos (bastante
ensordecidos) por el estrépito de la caída del Muro de Berlín en 1989, recordemos
que esa obra musical maravillosa la concibió alguien también ensordecido; su
sordera no le permitía escuchar los instrumentos, pero los sonidos los pudo
concebir en su cabeza. De ahí que, pese a que no podamos escuchar aun el canto
triunfal de un nuevo y prometedor mundo socialista que se nos abre, preámbulo de
la sociedad sin clases, la patria de la humanidad, como pide la Marcha
Internacional Comunista, hagamos nuestras las palabras de Pablo Neruda ante
este panorama sombrío de avance de las derechas: “Podrán cortar todas las
flores, pero no podrán detener la primavera.”
