Por: Geronimo Perez Rescaniere
Mientras en Europa las pulsiones se van exasperando y los cañones reciben pulitura, el Libertador avanza hacia el sur de Suramérica. Y produce un texto clasificable como poema simbólico. Ya el ambiente físico en que sitúa las escenas del poema tiene características especiales, es la altura del Chimborazo, montaña de 6.310 metros de altura cercana al Ecuador, sitio no hollado hasta entonces por pie humano, pues Humboldt, Bonpland, Le Condamine y otros exploradores y geógrafos de fama mundial se habían detenido en alturas que Bolívar narra ir dejando atrás. Sentado en las rocas y las nieves eternas, rodeado del aire sin peso, el Libertador dialoga de tú a tú con el Dios de Colombia
Y el Dios de los tiempos. En la pintura que se hizo del Delirio sobre el Chimborazo, un dios blanco, de cuerpo construido con fibras de niebla, se inclina sobre Bolívar, hablándole al oído. El Libertador le escucha sin voltearse, con la mirada fija en sus pensamientos o en los abismos. ¿Qué le dice el Dios a Bolívar?
Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el infinito; no hay sepulcro para mí porque soy más poderoso que la muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu universo? ¿Qué levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del infinito que es mi hermano.
Sobrecogido de un terror sagrado, ¿cómo, ¡oh Tiempo! —respondí— no ha de envanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al eterno con mis manos, siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos, estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos.
Mido sin embargo el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la historia de lo pasado y los pensamientos del destino”.
El Tiempo le impetra: no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres».
¿Puede decirla? ¿Es Bolívar el diestro profeta cuya aparición pedía en la Carta de Jamaica? José Rafael Pocaterra,bien dotado escritor venezolano. adjetiva este texto como «chateaubrianesco». Hay en ello cultura literaria pero tal vez la haya también histórica, tal vez la disyunción que habita el poema sea la que tiene delante el hombre que escribe. Porque el destino de Europa, que era decir en gran medida el del mundo, estaba delante de sus manos, tironeándole en un sentido o en otro. Había un destino inglés, el que movía la revolución liberal que vivía España y estuvo en el abrazo de Santa Ana. Es fácil ver el dinero en ella, una Europa liberal, irrigada con las riquezas de América hispana; igual hay un destino francés y chateaubrianesco y por supuesto de riquezas escribe siempre Chateaubriand. Pero Bolívar no dialoga con un libro de contabilidad o un ministro de economía en la cumbre del Chimborazo, lo hace con dioses, el de América, el del Tiempo, y lo más cercano entre hechos de política mundial es el arreglo que ocupa a Chateaubriand y al zar de Rusia que al mismo tiempo ha realizado una invasión al sur desde Alaska rusa, bajamdo hasta la región denominada Bodega. Ahí tendrá un encontronazo con los Estados Unidos pero también lo tendría con Bolívar pues México es el centro del imperio que aspira a construir. Pdriamos imaginar que ello sucede mientras él está en la montaña. Eso muestra que nada chateaubrianesco era Bolívar. Algo que termina de matar todo pensamiento en ese sentido es legible en el artículo Chateaubriand de la enciclopedia Espasa-Calpe, donde se narra que cuando el poeta era joven visito a Washngton y le expuso su fantasía de un canal que uniera el norte y el sur de América y Washington le aconsejó que abandonara esas fantasías. Así creería saber el articulista pero de acuerdo a su masonismo yorkino y a su obvia tendencia como norteamericano, ese canal tenía que habitar su pensamiento. Pocaterra sabría de literatura pero muy poco de universo pues el 7 de abril de 1823 un ejército francés al mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema y desde París por Chateaubriand, cruzó los Pirineos e ingresó a territorio de España, dominándolo. Lo componen 95.000 soldados y los ojos están puestos en las colonias. Una cesta grande es arrastrada por las calles de Madrid, adentro va un hombre, está vestido de general, semiinconsciente, desmayado del terror, húmedo el rostro y la ropa de los escupitajos que le lanza el pueblo dirigido por los curas. Es Rafael del Riego, el gobernante liberal proinglés destronado por la invasión francesa. Poco después, en julio de 1823, se produce la Batalla del Lago de Maracaibo por la cual dicha región quedó integrada a Venezuela. Bien pudieron los conservadores recién regresados al poder en Madrid interpretar este hecho como consecuencia masónica de la caída del régimen de Riego, reconstruyendo una trenza de sucesos dentro del cual se alinearía que la batalla de Carabobo fue peleada el día del solsticio de verano, día sagrado de los masones escoceses, que creen en Cristo, no como Dios pero si como gran maestro masón, asunto de astros, de Janus, dios de dos caras, una que mira al futuro y otra al pasado y se vincula a la palabra alverre, al revés. El pacto contraído por Bolívar y Morillo pautaría que La Torre perdería en Carabobo pero España mantendría posesión de Maracaibo. El pacto habría sido violado por los independentistas con el pase de Maracaibo a Venezuela, pero La Torre si habría cumplido perdiendo en Carabobo, lo que coincide con su brindis en Santa Ana por los liberales hispanos y americanos “que irían juntos hasta el infierno en lucha contra los tiranos”. La Torre y sus batallones se retiraron a Puerto Cabello completos y ocupó esa ciudad logrando desde ahí recuperar el Maracaibo violado. La inhibición de persecución habría sido ordenada a Páez por Bolívar. La Torre no pudo extenderse a las regiones ubicadas al sur, como Trujillo pero ahí se mantuvo inatacado, cumpliéndose supuestamente el pacto hasta ahora cuando, caído Riego, cesaba su vigencia y Bolívar procedía a tomar el proficuo lago. Con Rafael del Riego había muerto la utopía de una Europa liberal británica.
Bolívar contemplaba los abismos en pleno diálogo con los dioses.
Mientras en Europa las pulsiones se van exasperando y los cañones reciben pulitura, el Libertador avanza hacia el sur de Suramérica. Y produce un texto clasificable como poema simbólico. Ya el ambiente físico en que sitúa las escenas del poema tiene características especiales, es la altura del Chimborazo, montaña de 6.310 metros de altura cercana al Ecuador, sitio no hollado hasta entonces por pie humano, pues Humboldt, Bonpland, Le Condamine y otros exploradores y geógrafos de fama mundial se habían detenido en alturas que Bolívar narra ir dejando atrás. Sentado en las rocas y las nieves eternas, rodeado del aire sin peso, el Libertador dialoga de tú a tú con el Dios de Colombia
Y el Dios de los tiempos. En la pintura que se hizo del Delirio sobre el Chimborazo, un dios blanco, de cuerpo construido con fibras de niebla, se inclina sobre Bolívar, hablándole al oído. El Libertador le escucha sin voltearse, con la mirada fija en sus pensamientos o en los abismos. ¿Qué le dice el Dios a Bolívar?
Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el infinito; no hay sepulcro para mí porque soy más poderoso que la muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu universo? ¿Qué levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del infinito que es mi hermano.
Sobrecogido de un terror sagrado, ¿cómo, ¡oh Tiempo! —respondí— no ha de envanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al eterno con mis manos, siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos, estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos.
Mido sin embargo el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la historia de lo pasado y los pensamientos del destino”.
El Tiempo le impetra: no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres».
¿Puede decirla? ¿Es Bolívar el diestro profeta cuya aparición pedía en la Carta de Jamaica? José Rafael Pocaterra,bien dotado escritor venezolano. adjetiva este texto como «chateaubrianesco». Hay en ello cultura literaria pero tal vez la haya también histórica, tal vez la disyunción que habita el poema sea la que tiene delante el hombre que escribe. Porque el destino de Europa, que era decir en gran medida el del mundo, estaba delante de sus manos, tironeándole en un sentido o en otro. Había un destino inglés, el que movía la revolución liberal que vivía España y estuvo en el abrazo de Santa Ana. Es fácil ver el dinero en ella, una Europa liberal, irrigada con las riquezas de América hispana; igual hay un destino francés y chateaubrianesco y por supuesto de riquezas escribe siempre Chateaubriand. Pero Bolívar no dialoga con un libro de contabilidad o un ministro de economía en la cumbre del Chimborazo, lo hace con dioses, el de América, el del Tiempo, y lo más cercano entre hechos de política mundial es el arreglo que ocupa a Chateaubriand y al zar de Rusia que al mismo tiempo ha realizado una invasión al sur desde Alaska rusa, bajamdo hasta la región denominada Bodega. Ahí tendrá un encontronazo con los Estados Unidos pero también lo tendría con Bolívar pues México es el centro del imperio que aspira a construir. Pdriamos imaginar que ello sucede mientras él está en la montaña. Eso muestra que nada chateaubrianesco era Bolívar. Algo que termina de matar todo pensamiento en ese sentido es legible en el artículo Chateaubriand de la enciclopedia Espasa-Calpe, donde se narra que cuando el poeta era joven visito a Washngton y le expuso su fantasía de un canal que uniera el norte y el sur de América y Washington le aconsejó que abandonara esas fantasías. Así creería saber el articulista pero de acuerdo a su masonismo yorkino y a su obvia tendencia como norteamericano, ese canal tenía que habitar su pensamiento. Pocaterra sabría de literatura pero muy poco de universo pues el 7 de abril de 1823 un ejército francés al mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema y desde París por Chateaubriand, cruzó los Pirineos e ingresó a territorio de España, dominándolo. Lo componen 95.000 soldados y los ojos están puestos en las colonias. Una cesta grande es arrastrada por las calles de Madrid, adentro va un hombre, está vestido de general, semiinconsciente, desmayado del terror, húmedo el rostro y la ropa de los escupitajos que le lanza el pueblo dirigido por los curas. Es Rafael del Riego, el gobernante liberal proinglés destronado por la invasión francesa. Poco después, en julio de 1823, se produce la Batalla del Lago de Maracaibo por la cual dicha región quedó integrada a Venezuela. Bien pudieron los conservadores recién regresados al poder en Madrid interpretar este hecho como consecuencia masónica de la caída del régimen de Riego, reconstruyendo una trenza de sucesos dentro del cual se alinearía que la batalla de Carabobo fue peleada el día del solsticio de verano, día sagrado de los masones escoceses, que creen en Cristo, no como Dios pero si como gran maestro masón, asunto de astros, de Janus, dios de dos caras, una que mira al futuro y otra al pasado y se vincula a la palabra alverre, al revés. El pacto contraído por Bolívar y Morillo pautaría que La Torre perdería en Carabobo pero España mantendría posesión de Maracaibo. El pacto habría sido violado por los independentistas con el pase de Maracaibo a Venezuela, pero La Torre si habría cumplido perdiendo en Carabobo, lo que coincide con su brindis en Santa Ana por los liberales hispanos y americanos “que irían juntos hasta el infierno en lucha contra los tiranos”. La Torre y sus batallones se retiraron a Puerto Cabello completos y ocupó esa ciudad logrando desde ahí recuperar el Maracaibo violado. La inhibición de persecución habría sido ordenada a Páez por Bolívar. La Torre no pudo extenderse a las regiones ubicadas al sur, como Trujillo pero ahí se mantuvo inatacado, cumpliéndose supuestamente el pacto hasta ahora cuando, caído Riego, cesaba su vigencia y Bolívar procedía a tomar el proficuo lago. Con Rafael del Riego había muerto la utopía de una Europa liberal británica.
Bolívar contemplaba los abismos en pleno diálogo con los dioses.
