Por: Alí Ramón Rojas Olaya
Juan Calzadilla siempre fue un Ciudadano sin fin. Su Agendario estaba lleno de Minimales. Él, en su rol de artista y poeta, era un Corpolario a quien se le extravió su Diario sin sujeto. Solía hablar sobre El ojo que pasa de una Antología paralela al Libro de las poéticas. Después de un viaje a Macuto escribió Los laberintos de la luz: Reverón y los psiquiatras. Lo hizo con Golpes de pala. En su rol de Editor de crepúsculos concibió El brillo y la palabra. En una ocasión nos vimos en la Galería de Arte Nacional y hablamos sobre sus Primeros poemas y Los herbarios rojos. Me contó que su poemario Oh, smog seguido de una cáscara de cierto espesor fue Dictado por la jauría de los Malos modales y los Principios de Urbanidad. Llegará el día, me dijo con la mirada fija en la introspección, que viajará con sus Aforemas en un barco de Vela de armas y que pronto recibiremos Noticias del alud.
En una tertulia que sostuvimos en una feria del libro, me dijo: Alí, ¿puedo pedirte algo? Claro, Juan, ¿que será? Un palíndromo. ¡Cuenta con eso! Pero primero respóndeme, ¿alguna vez has huido de la ciudad? “El que huye de la ciudad huye de sí”, me respondió. ¿Hay un golpe que no sabe renunciar a la tinta de escribir con sangre? Sí, Alí, “un golpe en voz alta que reside en el ojo de la tormenta desde cuya empuñadura nos mira”. ¿Cómo son sus aristas? “Advierto que sus aristas al rojo vivo entran en el cálculo de las probabilidades matemáticas”. Juan, por lo que dices, es como un golpe, ¿cómo es ese golpe? “Un golpe cuyo efecto no será juzgado por la clarividencia del eco y cuya sonoridad ciega omite todo exceso de retórica alrededor de lo acontecido. Un golpe que no deja lugar para los ejercicios de la memoria. Bien dibujado en el extremo opuesto de la forma que toma en el puño al ser arrojado. Un golpe para el que la estupefacción es sólo el recibo que él nos pasa”.
Juan, tú eres el habitante precavido, ¿crees que últimamente el cielo ha comenzado a producirnos dolor de cabeza? ¿Crees que el smog arrastra colas de llamativas sirenas? A fuerza de recibir brillo las miradas toman la consistencia del esmalte. Con mañas de tirabuzón el humo nos enjuga las frentes. Trenza el balbuceo de nuestros métodos. ¿Crees que el horizonte de la inundación se ha puesto de pie? La nube ejecuta su vuelo como si se tratara de un cohete. Pareciera leerse en sus piruetas un designio de muerte. Juan, por lo que expresas, es obvio, ¿crees que la cosa está ahora en los techos? El crematorio arma su cielorraso con el escape de nuestros coches. Hay algo que no alcanza a despegarse de nosotros, un aire envilecido que no nos toma por sorpresa puesto que de por sí anida como medusa en nuestras frentes.
Juan, ¿Crees que hay cosas que podrían decirse mejor si tuvieras a la mano un cuchillo? Sin duda, “este instrumento sabe comunicar filo a las palabras. Pero si uno tiene para golpear la mesa algo más pesado que el puño, sin duda la palabra que sale de su filo, como si fuera empollado por éste, sería más efectiva. Es así como he gritado las palabras más atroces. Pensaba que no podía decirlas sin acompañar el gesto con algo que tuviera bastante consistencia, como la rosa o la viga de hierro”. Alí, “¿Satisfacía con eso una sed de venganza? No, buscaba un efecto más verídico. Lo que me preocupaba todavía era el sentimiento. Mi determinación era la de un poeta. Acepté, en principio, esta forma de actuar como un método parecido al que se enseña en las escuelas. Después pasé de la poesía a los hechos. Encontraba en la realidad bastante perversión como para no ir armado de una pistola. Hasta que comencé a disparar sobre la multitud”. Alí, ¿Y mi palíndromo? Acá lo tienes: “Allí da Z la cálida badila, Calzadilla”.
