La Complicidad entre Liberalismo y Fascismo

Por. Henry Pacheco: La frase «Liberalismo y fascismo: cómplices del crimen capitalista» es una formulación crítica que surge principalmente desde perspectivas marxistas y de la teoría crítica. Para entenderla, es necesario analizar la relación que estas corrientes ideológicas establecen entre el liberalismo, el fascismo y el capitalismo.

1. El liberalismo como «forma normal» del capitalismo

Desde esta visión, el liberalismo se considera la expresión política «natural» o «normal» del sistema capitalista. Sus principios, como la propiedad privada, el libre mercado y la no intervención estatal excesiva en la economía, son vistos como las condiciones ideales para el desarrollo y la acumulación del capital. La democracia liberal, con sus libertades individuales y su Estado de derecho, proporciona el marco institucional para que la burguesía (la clase propietaria de los medios de producción) prospere y mantenga su hegemonía.

2. El fascismo como «forma de excepción» o «dictatorial» del capitalismo

Aquí es donde entra el fascismo. La crítica sostiene que el fascismo no es un fenómeno ajeno o radicalmente opuesto al liberalismo, sino más bien una respuesta de emergencia del capitalismo en tiempos de crisis profundas. Cuando la crisis económica se agudiza y las contradicciones sociales se vuelven insostenibles (por ejemplo, con el auge de los movimientos obreros y socialistas que amenazan con abolir el sistema), la burguesía, para proteger sus intereses y la propiedad privada, puede renunciar a la democracia liberal y apoyar un régimen fascista.

El fascismo, en este sentido, sería una «solución revolucionaria» que mantiene el capitalismo intacto. No nacionaliza la propiedad privada como el socialismo, sino que somete la economía a un control estatal totalitario y violento para aplastar cualquier disidencia y asegurar la supervivencia del sistema. La violencia, el nacionalismo extremo y el corporativismo se convierten en las herramientas para preservar el orden social capitalista ante la amenaza de su colapso.

3. La complicidad: el paso de la democracia al totalitarismo

La idea de «cómplices» sugiere que no hay una oposición irreconciliable entre liberalismo y fascismo en el fondo, sino una relación de continuidad y conveniencia. Los puntos clave de esta tesis son:

El fracaso del liberalismo: El liberalismo, al no poder resolver las contradicciones inherentes al capitalismo (crisis económicas, desigualdad, luchas de clases), abre la puerta a soluciones más autoritarias.

El apoyo de la burguesía: Cuando la democracia liberal se vuelve un riesgo para sus privilegios, las clases propietarias se alían con los movimientos fascistas, financiándolos y legitimándolos para que actúen como un muro de contención contra las demandas populares.

La lógica de dominación: Tanto el liberalismo (en su forma de dominación burguesa y explotación del trabajo) como el fascismo (en su forma totalitaria y violenta) son considerados por esta perspectiva como diferentes «modos de gobierno» para perpetuar el dominio capitalista.

De lo anterior podemos afirmar que:

A menudo oímos que el liberalismo es el último bastión contra el fascismo. Representa la defensa del Estado de derecho y la democracia frente a demagogos aberrantes y malévolos que buscan destruir un sistema perfectamente válido para su propio beneficio. Esta aparente oposición ha estado profundamente arraigada en las llamadas democracias liberales occidentales contemporáneas a través de su mito de origen compartido. 

Como todo escolar estadounidense aprende, por ejemplo, el liberalismo derrotó al fascismo en la Segunda Guerra Mundial, venciendo a la bestia nazi para establecer un nuevo orden internacional que, a pesar de todos sus posibles defectos y fechorías, se basó en principios democráticos fundamentales que son la antítesis del fascismo.

Esta forma de enmarcar la relación entre liberalismo y fascismo no solo los presenta como polos opuestos, sino que define la esencia misma de la lucha contra el fascismo como la lucha por el liberalismo. Al hacerlo, forja un falso antagonismo ideológico. 

Pues lo que el fascismo y el liberalismo tienen en común es su inquebrantable devoción al orden mundial capitalista. Mientras uno prefiere la protección del gobierno hegemónico y consensual, y el otro se apoya con mayor facilidad en la mano dura de la violencia represiva, ambos se empeñan en mantener y desarrollar las relaciones sociales capitalistas y han colaborado a lo largo de la historia moderna para lograrlo. 

Lo que este aparente conflicto enmascara —y este es su verdadero poder ideológico— es que la verdadera y fundamental línea divisoria no reside entre dos modos diferentes de gobernanza capitalista, sino entre capitalistas y anticapitalistas. 

La prolongada campaña de guerra psicológica librada bajo la engañosa bandera del «totalitarismo» ha contribuido en gran medida a difuminar aún más esta línea de demarcación, presentando engañosamente al comunismo como una forma de fascismo.

Dada la forma en que el debate público actual sobre el fascismo tiende a enmarcarse en relación con la supuesta resistencia liberal, no podría haber tarea más oportuna que reexaminar escrupulosamente el registro histórico del liberalismo y el fascismo reales. 

Como veremos, incluso en este breve resumen, lejos de ser enemigos, fueron —a veces sutilmente, a veces abiertamente— cómplices del crimen capitalista.

En resumen, la frase no dice que el liberalismo y el fascismo sean lo mismo, sino que el primero, en su forma de Estado capitalista, puede «devenir» en el segundo cuando sus mecanismos democráticos ya no son suficientes para proteger los intereses del capital. El fascismo se presenta como la cara violenta y totalitaria del mismo sistema económico que el liberalismo representa en su forma más «suave» y democrática. Por lo tanto, ambos serían cómplices de los «crímenes» del capitalismo, entendidos como la explotación, la desigualdad y la dominación.