Allende ha sido en Chile el punto más alto del proyecto pueblo

Jessika Selgrad

Los efectos del golpe de Estado al presidente socialista Salvador Allende en septiembre de 1973 y la sucesiva dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990) se han prolongado en la sociedad chilena y aún existen divisiones y heridas abiertas relacionadas con esos sucesos que marcaron un antes y un después en la historia de Chile.

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Presentada en la Filven 2023 la novela: PETARE: MÁS QUE UNA MONEDA EN LA ROCOLA

Uvilerma Flores.
En el marco de la filven 2023 conjuntamente con la organización de la fundación Colarebo se presentó este sábado 18 de noviembre en el laguito del circulo militar , en carcas; la novela PETARE: MÁS QUE UNA MONEDA EN LA ROCKOLA. Un paso entre la ficción y la verdad

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«MIS TAREAS NO HECHAS»

Autor: Luis Miguel Rivas

NOTA. Luis Miguel Rivas: Nació en Cartago y creció en Envigado, en 1969. Escritor, libretista y realizador audiovisual. Con el fondo editorial EAFIT publicó el libro Tareas no hechas (2014), además fue finalista del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana.

En la nota del autor, que inicia este libro, define estos textos como “intentos de contar momentos –o más bien, de contar lo que pasaba adentro de la persona que atisbaba esos momentos”, cuenta que “son parte de una serie de textos que escribo desde hace varios años en lugar de hacer las cosas ‘más importantes’ que usualmente tengo que hacer”, e informa que existe una primera selección publicada en el arriba citado Tareas no hechas.

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Fragmento del primer capítulo de «La artillería de la libertad», el nuevo libro del periodista Gonzalo Guillén

Casi cincuenta años de carrera periodística acompañan La artillería de la libertad, una compilación de crónicas destacadas del periodista Gonzalo Guillén, que brindan luz sobre varios de los instantes más sombríos de nuestra historia. Compartimos «Un mundo obsoleto», el primer fragmento de este libro, donde el autor desentraña secretos de la corrupción y del poder, y revela la valentía de aquellos periodistas que resultan la última línea de defensa de la democracia. 

Por GONZALO GUILLÉN*


 Un mundo obsoleto

Una mañana me correspondió el caso de un hombre con agallas y buen ojo para pescar negocios provechosos. Cargaba en un portafolio de cuero rancio y sin manijas los documentos notariales necesarios para demostrar que una pareja de embaucadores fugitivos le acababa de vender la Plaza de Bolívar de Bogotá. El notario, al que fui a buscar para dilucidar el embrollo, se limitó a explicarme que su trabajo de rigor no era más que dar fe de que dos ciudadanos, debidamente identificados y libres de cualquier apremio, comparecieron voluntariamente ante él para dejar constancia de un negocio hecho en los términos que ellos mismos convinieron sobre papel sellado y de común acuerdo. 

Se hablaba con diversión del antiguo caso extraordinario de un hombre acusado de violar al pavo de un vecino hasta causarle la muerte y se habría defendido ante el comisario alegando que, sin cortejarlo, el animal fue hasta él por su propia iniciativa para picotearle los pies mientras leía una revista, «y uno tampoco es de hierro, doctor». 

El buen cronista Gabrielito Cabrera, que tenía algo de Chesterton en sus narraciones urbanas y en su vida, rememoraba en las tertulias el alegato que pronunció, en su pueblo, Tenjo, una paisana exaltada y valiente a quien un hombre quiso acceder por la fuerza: «Se sacó la verga», manifestó ella iracunda, con el agresor al lado, sujetado por dos policías. El juez la amonestó enseguida: «¡Señora, respetemos este recinto de la justicia, refiérase con una metáfora!». Entonces ella, obediente, comenzó de nuevo: «Bueno, su señoría; este señor, que ahora tengo a mi lado y a quien no conozco, se sacó la metáfora y se me vino encima». 

Me cayó en las manos el tema de un hombre recién apresado y bondadoso en el trato al que, con algo de ternura, llamaban «Notario». Recorría los juzgados civiles llevando su maleta de correas y su gabardina atiborrados de sellos falsificados de las notarías de Bogotá; con ellos sacaba de apuros a los litigantes espabilados. También elaboraba a precios asequibles certificados bancarios de primera calidad, así como diplomas universitarios admirables, licencias de conducción, boletas de libertad intachables para sacar reclusos de las prisiones pacíficamente, dólares de excelencia, excusas médicas por enfermedad y cartas impecables de paz y salvo con el tesoro público. 

Una mañana destemplada me hallaba de visita en Ibagué y en mi camino de prisa a la oficina subsidiaria del diario fui interrumpido por dos hombres melindrosos que me rastreaban. Me invitaron con balbuceos a conversar en la trastienda de una cantina mientras las camareras desinfectaban el piso con creolina pestilente y tres clientes todavía dormían la borrachera del último amanecer, recostados sobre las mesas. 

—Permítanos dos palabritas, caballero —balbuceó uno de ellos. 

Ambos eran funcionarios de la Lotería del Tolima. Habían intentado en vano entregarle al corresponsal del diario pruebas de los elementos diversos sobre cómo el gerente y sus lacayos se ganaban los premios con alguna frecuencia, pero él no les recibía la información ni la publicaba porque —aseguraban— le llegaba discretamente una porción del botín en pago por hacerles el favor de esconderle la información al público. 

Mi primera misión de envergadura fue como enviado especial a los arenales inmensurables, que arden a fuego lento, de la Alta Guajira. 1975. Comenzaba a florecer el comercio de la marihuana de la Sierra Nevada de Santa Marta. La mejor maracachafa del mundo: Colombian Gold. La producción viajaba profusamente a Estados Unidos acomodada en viejos aviones piratas de hélice, muchos de ellos capitaneados por excombatientes desaforados de la guerra de Vietnam. Tocaban tierra sobre el desierto colosal, donde eran cargados en algunos casos por tropas del Ejército Nacional, y partían por las rutas aéreas del Caribe hacia el estado de La Florida. Cuando se confirmaba la llegada satisfactoria de un cargamento a su destino, celebraban con ráfagas de fusiles disparadas al cielo en despoblado. Así le informaban la victoria a la comarca adyacente. 

—¡Coronaron! —aclamaban quienes oían los estallidos. 

Fue un servicio de comunicación sonoro como el de las campanas de las iglesias de los pueblos cuando doblaban para marcar las horas y darles a los vecinos la posibilidad de ajustar sus relojes. 

Los mayores acarreos de marimba partían en vuelos que aprovechaban un enorme tramo ampliado a lo ancho de una carretera fronteriza, recta, sin ángulos ni curvas, que debe servir de pista para los aviones supersónicos de la Fuerza Aérea Colombiana cuando necesiten entrar en guerra contra la vecina Venezuela. 

Las exportaciones de yerba también partían en barcos pesqueros y mercantes de poca monta. Soltaban amarras esencialmente en la ensenada natural de El Pájaro, donde después sería construido Puerto Bolívar para exportar a escala industrial el carbón extraído de las nefastas y exterminadoras minas guajiras a cielo abierto de El Cerrejón, que han fecundado más depredación y decadencia que la marihuana. 

En Ceporra o Cabo de la Vela pasé una noche. Me alojé en el hotel El Caracol, de cuatro habitaciones y único parador del lugar. Le pertenecía a un indígena wayúu de gafas negras de ciego y taparrabo con orlas de lana. Lo atendía con ojo avizor, ayudado por sus tres esposas. Ninguna hablaba español, permanecían acurrucadas, guarnecidas con mantas tradicionales de gasas finas, coloridas y traslúcidas. Todas fumaban cigarrillos de tabaco negro con la candela entre la boca cerrada, sacaban el humo por la nariz y había que observarlas con cuidado para verificar si también lo expulsaban por los oídos. Pasada la medianoche se desató uno de los primeros combates de fusiles a los que he asistido. Me guarecí debajo de la cama hasta el amanecer, cuando reventaron los últimos disparos y sobrevino un estado de quietud y silencio. Luego oí llantos y exclamaciones de asombro. Salí con mi libreta de apuntes y mi lápiz para recoger la noticia. Había una ametralladora y cuatro muertos sobre la arena a los que olfateaban dos perros hambrientos y huidizos. Eran los cadáveres de agentes de la policía política DAS que habían asaltado una procesión funeraria indígena para robarles a las mujeres las alhajas que exhiben en las ceremonias mortuorias. Un grupo de hombres ofendidos fue a buscar los fusiles que solían usar en sus guerras tribales y les siguieron el rastro a los detectives hasta darles alcance en el Cabo de la Vela, cuando buscaban refugio. 

Al mediodía viajé hasta Maicao en un camión marimbero que partió hacia la sierra a recoger un cargamento de marihuana de exportación. Transmití la noticia de los muertos a Bogotá por teléfono y no encontré al corresponsal freelance del diario destacado en el lugar porque había caído preso en la frontera. Era un mulato resabiado, con estatura de basquetbolista, que redondeaba su pequeño e incierto salario de periodista robando carros usados en la vecina Venezuela para venderlos en Colombia.

Foto de Henry Molano.
Foto de Henry Molano.

Sucedió en otros lugares. En Cúcuta tampoco encontré, tiempo después, al corresponsal de entonces: un bailarín obeso que dejaba la credencial de periodista empeñada en las casas de lenocinio como prenda de garantía de que iría a pagar las cuentas en el momento menos pensado. Necesitaba que él me prestara el aparato de télex de la oficina de El Tiempo para transmitir la primera noticia sobre una masacre de 400 colombianos en Venezuela* que luego se convirtió en mi primer libro, Los que nunca volvieron. En el diario local, La Opinión, me pusieron al corriente: el corresponsal trabajaba poco porque dedicaba la mayor parte de su tiempo a viajar por los pueblos vecinos para extorsionar a comerciantes en asocio con un cuñado suyo que tenía el cargo de agente provincial de rentas y aduanas y le prestaba uno de sus uniformes y de sus kepis marrón de «chirrinchero», como eran llamados esos agentes de la ley debido a que, principalmente, confiscaban botellas de aguardiente «chirrinche», bebida artesanal embriagante y barata, de alto octanaje, derivada del guarapo, que no paga impuestos y es traficada sin licencia de sanidad. No obstante, pasado el tiempo, con ayuda del mismo cuñado, aquel reportero elemental y disoluto desenterró una fosa común clandestina. Sabía que oficiales de la Fuerza Aérea sepultaron en ella a un grupo de hombres a los que asesinaron durante un ajuste de cuentas patituertas. Fue la última noticia que firmó como corresponsal y, en vez del premio nacional de periodismo, recibió las amenazas de muerte que consideró suficientes como para perderse en el exilio y el olvido. Alguna vez corrió el rumor de que había muerto en un pueblo andino del Ecuador, donde comerciaba chucherías empujando por las calles un tenderete rodante. 

Otra demostración de la miseria de mi oficio la encontré en Popayán: nuestro periodista se había pasado a vivir en el pequeño cuarto que servía de oficina de la corresponsalía para disminuir sus precarios gastos personales. Luego, desapareció. Fue necesario derribar el portón y únicamente encontramos un colchón de morra enrollado, un reverbero de alcohol desfondado y un talego con sobras de café. No estaban el escritorio, la máquina de escribir, la lámpara, las dos sillas de oficina ni el télex; los había vendido para financiar su escapatoria. 

—Lo vi hacer el negocio —me avisó un vecino que llegó a curiosear la inspección al aposento. 

En el puerto fluvial de Barrancabermeja, médula espinal de la agitada industria petrolera del país, el corresponsal era Raúl Chacón, gran persona y reportero consagrado en carne y hueso. Conocía más del bajo mundo y la corrupción local que la inteligencia militar y los jueces honrados. Al mediodía divulgaba un radioperiódico con noticias vibrantes que redactaba en hojas de desecho y a una velocidad heroica. En las noches recaudaba propinas tocando el violín en un asadero de pollos, vestido de mariachi. Con los años, Raúl abandonó las penurias del periodismo y fundó en Bogotá un grupo de música popular mexicana (Mariachi Huasteco) que le daba dividendos para comer y beber a gusto. Se ubicaba entre los resplandores y las sombras nocturnas de la Avenida Caracas con Calle 60, a la espera de clientes apesadumbrados o prendados de amor, y bebi- dos, que lo llevaran a dar serenatas rancheras. Cubiertos con sus sombreros de charros de alas colosales, de forma semejante a las antenas parabólicas, Raúl rompía los sueños con su música, como un carro-bomba melodioso, con sus dos violines, un guitarrista, dos trompetas y un guitarrón, en casa de las bienamadas de sus clientes, cuando ellas dormían. 

En Santa Cruz de Mompós, ciudad valerosa, varada en el siglo XVII al borde del río Magdalena, el corresponsal era Alejandro Mieles Trespalacios. Durante todo el año trabajaba a ojo cerrado en la única crónica potencialmente posible: la procesión de Semana Santa. No había en ese tiempo ningún otro acontecimiento por esas tierras hirvientes digno de mencionarse, con excepción de algún naufragio circunstancial en las vecindades fluviales. Tenía pasión verdadera por el oficio y tuve la desventurada idea de hacerlo trasladar a la vetusta ciudad de Popayán (museo y mortaja de abolengos, prosapias y blasones) para que se encargara del puesto de trabajo abandonado por el corresponsal fugitivo. Alejandro —dilecto amigo— aceptó sin saber que debería cubrir otra vez peregrinajes católicos, ensombrecidos con incienso, cofradías de flagelantes errabundos, misticismos y fe, por callejuelas españolas empedradas y pasar la vida en una monotonía atávica, anclada en nostalgias coloniales de las que venía hastiado desde Mompós. Se marchó pronto para volver a la costa norte, se instaló en Sincelejo y se enganchó a la radio comercial hasta su muerte, en 2016, cuando tenía 78 años. 

Por esos tiempos me interné en el siempre olvidado Chocó, jardín de las delicias de la vida natural. Un vuelo comercial me llevó hasta Medellín y allí conseguí cupo en un antiguo bimotor de aluminio magullado que me condujo a Turbo, en la subregión de Urabá. Me acomodé en el estrecho espacio libre que dejó la sobrecarga de mercancías de contrabando subidas a bordo y llegamos sin poder escurrirle el bulto a un frente de borrascas y remolinos atmosféricos espesos que el piloto —pálido y mudo— desafió santiguándose, como última esperanza, cuando los pedales y las palancas de mando dejaron de responder adecuadamente. 

Turbo está en el margen oriental del golfo de Urabá, en el mar Caribe, sobre el cual desemboca el impetuoso, vasto y profundo río Atrato, que navegué a contracorriente en una lancha de pasajeros, hasta Riosucio, pueblo pantanoso y acuático al que en ese tiempo todavía no habían llegado el servicio estatal de energía eléctrica ni el automóvil. Se encontraba —pensaba yo— en el mismo estado primitivo que tuvo cuando fue fundado, en el siglo XVI, por el colonizador español Vasco Núñez de Balboa. 

Durante la semana siguiente anduve por las selvas aledañas y remonté los ríos vecinos Salaquí, Cacarica y Truandó, por cuyas aguas entonces ya bajaban flotando por cientos de miles, como cadáveres, árboles de los bosques de la región, derribados por traficantes de maderas. Nunca han dejado de depredar esos follajes nativos, sin igual en el mundo y hoy exiguos. Vi, a tiro de piedra, jaguares enormes bebiendo agua, vigilantes, en las orillas y caimanes de hasta seis metros de longitud durmiendo al sol, con las fauces abiertas, acomodados sobre árboles derribados que avanzaban con la corriente hacia los aserraderos mecanizados de Bocas de Matuntugo, en la desembocadura del Atrato, donde los convertían en tablones para negociarlos en el mercado negro. En un momento, en el Cacarica, apagamos el motor del bote durante un largo rato para complacernos con el paraíso circundante. Algunas águilas pescadoras planearon sobre nosotros sin recelos y una de ellas cayó como un proyectil, cazó una serpiente dorada que nadaba en zigzag a nuestro lado y, en un instante, remontó el vuelo forzando sus alas poderosas y llevando la presa atrapada con las garras corvas, fuertes y agudas. 

Esta correría me recordó todo el tiempo El corazón de las tinieblas, donde Conrad escribió, en 1899: «Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación». 

*GONZALO GUILLÉN

Periodista

***

«La artillería de la libertad. Medio siglo de periodismo», el nuevo libro del reconocido periodista Gonzalo Guillén está disponible para la compra en versión física y digital, para Colombia y el exterior, y puede adquirise en:

– Físico

– Digital

Palestina crucificada

Por Javier Claure C.*

El pueblo palestino no puede ser el sacrificio de la humanidad.

                                            “Yo moriré pero volveré y seré millones”
Túpak Katari, líder indigena descuartizado en La Paz (Bolivia) en 1871.

Palestina
eres la joya arrebatada de Medio Oriente
más de siete décadas crucificada
tus ojos son dos barcos encallados sin ventanas
tu cabeza una prisión forzada en tu propia casa
tus manos son las manos encadenadas de la esclavitud
y tu corazón un tubo abierto de alfileres

Palestina
la Tierra Prometida por Dios
flagela tus nervios y tus extremidades
la Tierra Santa del infierno
contamina el mar de tus costas
y las aguas del río Jordán
franja mutilada que arde en llamas
entre murallas, campos de agricultura
y paja brava

Palestina
eres el muro de cemento que se levanta como castigo
la herida abierta que desagua sueños y esperanzas
y en el devenir del tiempo
no se divisa
el resplandor en los techos de calamina
sino la espina de mil púas
incrustada en tu columna vertebral
niños y jóvenes encarcelados
cortes de agua y de luz como látigos punzantes
y el hambre sobre el pecho que golpea el alma

Palestina
eres la bravura que desciende por las montañas
eres la intifada *
en busca del mapa no cortado
otras veces
eres rebeldía con causa
pariendo hombres y mujeres con la frente en alto

Palestina
de piedras contra cañones
de palos contra aviones
y en medio de esta cruel asimetría
la razón contra la barbarie del más fuerte

En Palestina
caen bombas desde el cielo
y sus calles se transforman
en escombros sellados con la estrella de David
en adobes, en trozos de hormigón armado
en montículos de muebles, de televisores,
de muñecas y de cuerpos destrozados
cobarde aplastada
como quien dice
allí
ellos teñidos con el líquido de los vasos sanguíneos
y nosotros aquí blindados jalando más territorio


Palestina
sabemos que la serpiente maldita de cinco cabezas
apuñala tus pies descalzos
sabemos que el nacimiento de tus habitantes 
está escrito por tus muertos
sabemos que las estatuas hablan de tus héroes
tu biografía está plasmada en periódicos
y en tus plazuelas protestan
contra la invasión de los asaltantes

Los palestinos
son defensores de su nación, de su tierra,
de sus cosechas, del pan que cae a sus platos
y de la veracidad que cubre sus alamedas


Desde hace mucho tiempo
quieren volver a su hogar
sin muros, sin vallas y sin colonos
los palestinos
no han visto sino
arrodillado a su estandarte
no han escuchado sino
la muerte tocando las puertas de sus casas
no han encontrado sino
mortajas, sábanas blancas, ataúdes
y a una comunidad internacional
sorda, muda y ciega
que siempre
se ha hecho tercamente esquizofrénica

Entre la Biblia y el Muro de los Lamentos
esta hipocresía
esta agresión
esta sangre coagulada
este yunque martillado día a día
cuando las miradas se buscan a tientas
entre los matorrales y los árboles
que gritan Paz y equidad por sus raíces


Ahora
que la dirección está mal puesta
ataca el enemigo
por el flanco rojo y blanco de cincuenta estrellas
cientos de niños mueren junto a sus padres
cientos de mujeres reposan inmóviles para siempre
cientos de ancianos yacen descuartizados
y todos se preguntan
¿irán esos niños de tiernos rostros al cielo?


Una vez más
desde Jerusalén acribillaron a Cristo en Palestina
miles de Judas cargados con poderosos clavos F-16
abrieron su pecho inmaculado
sangra que sangra sus costillas
ante los ojos de una gran multitud
que clama por la justicia.

* Intifada: levantamiento popular contra una fuerza ocupante o Gobierno opresor.

♦♦♦

Javier Claure C.


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Descifran por primera vez una palabra en un pergamino de Pompeya con casi 2.000 años de antigüedad

Expertos creen que la técnica de inteligencia artificial utilizada con el delicado papiro puede ayudar a recuperar numerosos textos antiguos.

Una sola palabra, ‘porphyras’, que en griego antiguo significa púrpura, fue descifrada en agosto por investigadores de EE.UU. de un rollo de papiro de Pompeya, de casi 2.000 años, que era demasiado frágil para ser desenrollado, anunciaron el jueves los expertos estadounidenses.

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«Puro fuego y pasión»: ¿Hay una colonización de la erótica de las mujeres en América Latina?

Nathali Gómez| Publicado:12 oct 2023 13:46 GMT

La reconocida filósofa e historiadora venezolana, Carmen Bohórquez, desmitifica la ‘leyenda dorada’ que se tejió sobre las habitantes de los pueblos originarios tras la llegada de los conquistadores españoles.

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‘Templo del Viejo Chupas’: hallan en Perú un centro ceremonial de 3.000 años de antigüedad

Según los especialistas, la histórica estructura arquitectónica fue escenario de diversas prácticas de rituales, después de ser utilizada como lugar de entierro.

Un grupo de arqueólogos de Perú y Japón ha descubierto un centro ceremonial de forma piramidal ubicado en la provincia de Huamanga, en la región de Ayacucho, informa la agencia de noticias Andina este miércoles.

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Misterios del Guernika, sigue protagonismo de Picasso

Madrid, 10 oct (Prensa Latina) Poco más de un año de homenajes, la riqueza de su obra parece inagotable, con facetas desconocidas de escultor o fotógrafo y también los misterios del Guernika.

Pablo Picasso, nada más su nombre, que hoy se venera en España, Francia, el resto de Europa y Estados Unidos, a propósito de los 50 años de su desaparición física.

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Fiscalía de España acusa a Shakira de FRAUDE a Hacienda por más de 6 MILLONES de euros

La Fiscalía española acusa a la cantante colombiana Shakira de haber defraudado a Hacienda más de 6 millones de euros (110 millones de pesos aproximadamente) en las declaraciones de la renta y del impuesto de patrimonio de 2018, utilizando para ello un entramado societario con sede en paraísos fiscales.

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