Por: Marcelo Colussi
“A veces la guerra está justificada para conseguir la paz.”
Barack Obama, Premio Nobel de la Paz (¡sic!) en el 2009
I
En 1932, con el avance del nazismo y su descabellado ideal supremacista de “raza superior”, ya se vislumbraba el ataque al pueblo judío, supuestamente “raza inferior despreciable”. Un judío genial como Albert Einstein, hondamente preocupado por esas circunstancias, escribe una carta a otro judío genial, Sigmund Freud, preguntándole por la explicación de esta manifestación sanguinaria, amparada en un presunto determinismo eugenésico. La respuesta del padre del psicoanálisis, conocida luego como un artículo de gran importancia teórica (“¿Por qué la guerra?”), fue contundente. Extrayendo sus ideas principales, dirá Freud: “Vemos entonces que, incluso dentro de una comunidad, no es posible evitar el recurso a la violencia para resolver los conflictos. (…). Usted se asombra de que sea tan fácil incitar a los seres humanos a la guerra y supone que existe en ellos un principio activo, una pulsión de odio y de destrucción dispuesta a acoger ese tipo de estímulo. Creemos en la existencia de esa predisposición. (…) [¿Por qué evitar la guerra?] (…) porque toda persona tiene derecho a su propia vida, porque la guerra destruye vidas humanas cargadas de promesas, coloca al individuo en situaciones que lo deshonran, lo obliga a matar a su prójimo contra su voluntad, aniquila preciosos valores materiales, producto de la actividad humana, etc. Podrá añadirse, además, que la guerra, en su forma actual, no permite de ningún modo que se manifieste el antiguo ideal de heroísmo y que la guerra del mañana, gracias al perfeccionamiento de los instrumentos de destrucción, equivaldría al exterminio de uno de los adversarios o quizás de los dos.”
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