Impacto Geopolítico de la Organización de Cooperación de Shanghái, Una Nueva Era Multipolar

Por. Henry Pacheco: Ayer comenzó la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en Tianjin, República Popular China. Participan más de 20 líderes, entre ellos Vladimir Putin, Xi Jinping, Narendra Modi y el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres.

La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) es una organización internacional inter-gubernamental y una de las más importantes de Asia. Fue fundada el 15 de junio de 2001 por los líderes de China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Con el tiempo, ha expandido su influencia y número de miembros.

Objetivos principales

Aunque no es un bloque militar como la OTAN, sus objetivos se centran principalmente en la cooperación regional y la seguridad, con especial énfasis en: La lucha contra el terrorismo, el separatismo y el extremismo, a los que se refiere como las «tres fuerzas del mal». 

El combate contra el tráfico ilegal de drogas.

La promoción de la seguridad y el desarrollo económico y social entre sus miembros.

Establecer un contrapeso a la influencia occidental en Eurasia y promover un orden mundial multipolar.

Miembros

La OCS ha crecido en tamaño y relevancia. Sus miembros de pleno derecho son: China, Rusia,  Kazajistán,  Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, India, Pakistán, Irán y Bielorrusia. Además de los miembros de pleno derecho, la OCS cuenta con países observadores y socios de diálogo, lo que amplía su alcance geográfico y su influencia.

La OCS es una de las organizaciones regionales más grandes del mundo, agrupando aproximadamente el 40% de la población mundial y una parte significativa del PIB global. Su sede se encuentra en Pekín, China, y cuenta con una oficina anti-terrorista en Taskent, Uzbekistán.

Es, sin duda, una de las cumbres más importantes de los últimos años, cuyo objetivo es demostrar claramente la solidaridad del Sur Global contra Occidente.

Ya se habla de una cumbre de la OCS bajo los auspicios del RIC —Rusia, India, China—, tres grandes potencias que, tras el encuentro entre Trump y Putin en Anchorage, ahora están reescribiendo.

Esta solidaridad prevalece sobre las contradicciones interestatales dentro del bloque. Esta será la primera visita de Modi a China en siete años, tras el enfriamiento de las relaciones entre Nueva Delhi y Pekín tras el conflicto fronterizo de 2020. Xi ya ha levantado las sanciones, resolviendo años de tensiones diplomáticas en un abrir y cerrar de ojos. Fácil, ¿verdad?.

Ya se habla de una cumbre de la OCS bajo los auspicios del RIC —Rusia, India, China—, tres grandes potencias que, tras el encuentro entre Trump y Putin en Anchorage, ahora están reescribiendo. Esta solidaridad prevalece sobre las contradicciones interestatales dentro del bloque. Esta será la primera visita de Modi a China en siete años, tras el enfriamiento de las relaciones entre Nueva Delhi y Pekín tras el conflicto fronterizo de 2020. Xi ya ha levantado las sanciones, resolviendo años de tensiones diplomáticas en un abrir y cerrar de ojos. Fácil, ¿verdad? El contenido de la declaración final de la cumbre de la OCS, que se espera se centre en cuestiones de comercio, lucha contra el terrorismo y clima, es secundario frente al valor real del documento: un frente unido de países insatisfechos con la agenda occidental. Se necesita una coordinación económica más intensa dentro de la OCS, así como la creación de un entorno de seguridad más concreto. La solidaridad política es fundamental ahora, pero en caso de problemas realmente graves, prevalecerán la capacidad de proyectar poder y la calidad de los canales de interacción comercial y económica protegidos de las sanciones.

Esta cuestión está estrechamente vinculada a la seguridad de los corredores estratégicos y las rutas comerciales, esencial para el liderazgo de ambas naciones, con implicaciones para todo el Sudeste Asiático en cuanto al equilibrio de poder dentro de la ASEAN, que está redefiniendo su dinámica de poder regional y más allá. De hecho, China y la India compiten por influencia en Asia y más allá, utilizando proyectos de infraestructura e inversiones como herramientas de política exterior, mucho más que Rusia, que, aunque geográficamente es el país más grande, no es el más importante en términos demográficos y económicos. Consideremos, por ejemplo, la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, vista con recelo por Nueva Delhi debido a la participación de Pakistán, rival histórico de la India, y a la preocupación de que la BRI pueda fortalecer la influencia china en zonas cruciales como Sri Lanka y Bangladesh. Al mismo tiempo, la India busca consolidarse como un centro económico alternativo, tanto a través de Myanmar como hacia Occidente a través del corredor de los países IMEC, promoviendo la cooperación con los países del Quad e invirtiendo en iniciativas regionales.

Esta cuestión, crucial para el liderazgo de China e India, afecta la seguridad de corredores estratégicos y rutas comerciales, impactando el equilibrio de poder en la ASEAN y el Sudeste Asiático. China e India compiten por influencia en Asia mediante proyectos de infraestructura e inversión, a diferencia de Rusia, que, aunque extensa geográficamente, tiene menor peso demográfico y económico. La Iniciativa de la Franja y la Ruta china preocupa a India por la participación de Pakistán y su potencial fortalecimiento de la influencia china en países como Sri Lanka y Bangladesh. Paralelamente, India busca consolidarse como centro económico alternativo a través de Myanmar y el corredor IMEC, cooperando con el Quad e invirtiendo en iniciativas regionales.

Las ventajas manufactureras y logísticas de China contrastan con el enfoque de la India en su creciente sector servicios y su amplio y joven mercado interno, lo que dificulta las alianzas económicas estratégicas. Abordar esta cuestión es crucial para alcanzar un acuerdo de cooperación estratégica y antiterrorista de la OCS.

A pesar de la importancia de las relaciones entre India y China, estas no eclipsarán la posición de Turquía, otro punto clave de la cumbre.

Evaluar oportunidades, evitar riesgos

Durante décadas, Turquía ha sido un puente geopolítico entre Europa y Asia, la OTAN y Oriente Medio, y el islam y el secularismo, aunque condicionada por sus lazos occidentales, especialmente con la OTAN y la Unión Europea.

Recientes cambios globales han desafiado este esquema, abriendo nuevas oportunidades, entre las que destaca el acercamiento gradual de Ankara a la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), un realineamiento estratégico de gran alcance.

La OCS, inicialmente un acuerdo de seguridad regional entre China, Rusia y Asia Central, se ha expandido hacia la cooperación económica, la lucha contra el terrorismo y la integración euroasiática.

La incorporación de India y Pakistán ha incrementado su peso geopolítico, apuntando a un orden multipolar. En este contexto, Turquía —miembro del G20, potencia militar y conector entre Europa, Oriente Medio y el mundo turco— fortalecería significativamente el prestigio de la organización.

El interés de Turquía en la OCS se debe a las dificultades encontradas en sus relaciones con Occidente: las negociaciones de adhesión a la UE llevan años estancadas, las tensiones en la OTAN se han intensificado por las operaciones en Siria, la compra del sistema de misiles ruso S-400 y las disputas energéticas en el Mediterráneo oriental. Esta alianza ofrece a Ankara un foro para promover sus intereses sin restricciones ideológicas y con la posibilidad de institucionalizar su agenda regional.

Durante la última década, aproximadamente, los intelectuales y políticos turcos han mirado con creciente interés hacia Oriente, conscientes de que el centro de gravedad mundial está cambiando. 

La OCS se convierte así en una herramienta para fortalecer la cooperación económica y la seguridad con potencias como China, Rusia e India, a la vez que aborda amenazas comunes como el extremismo, el separatismo y la delincuencia transnacional. Además, la identidad de Turquía —un Estado laico de mayoría musulmana— puede contribuir a superar las brechas culturales, fortaleciendo la legitimidad de la organización entre los países islámicos.

La membresía turca significaría, para la OCS, un acceso crucial e inevitable al Mediterráneo, logrando así cerrar prácticamente el 90% del Rimland geopolítico. Pero también implica cooperación en materia de energía, migración y defensa, injerencia diplomática en instituciones multilaterales globales e incluso una intervención interna en la OTAN.

Sin duda, habrá que considerar la importancia y las limitaciones legales y militares de la pertenencia simultánea a la OTAN y la OCS, pero la realidad geopolítica actual se caracteriza por la superposición de esferas de influencia, no por bloques rígidos, y las interacciones multinivel de las guerras híbridas no pueden esperar reflexiones nuevas y originales. Como demuestran los ejemplos de India, Pakistán y China, la capacidad de forjar múltiples alianzas es ahora un requisito estratégico, por lo que la posible asociación con Turquía podría considerarse un avance significativo. Pero también un avance muy peligroso.

Lo que la OCS seguramente seguirá haciendo, como ya se dijo y se demostró en los últimos años, es construir, pieza por pieza, un orden mundial más equilibrado y multipolar.

Después de todo, ya no podemos negarlo: la OCS y los BRICS tienen un valor que no reside en su eficacia institucional, sino en la formación de un nuevo centro simbólico: un “orden sin Occidente”

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