Piedad, nuestra.

Por:Carmen Cecilia Lara

«Yo vengo a ofrecer mi corazón» fueron las palabras que susurró Piedad Cordoba al nacer sin saber que Fito Páez las haría canción.
Quiénes no la conocimos personalmente pero palpamos a través de la pantalla grande de TV y la pequeña de las redes, esa exuberancia no sólo de elegancia sino de valiente expresión humana, hoy no nos sorprendemos al escuchar anécdotas cómo que esos hermosos turbantes además de honra ancestral, eran parabanes para retener proyectiles, que de manera mágica desaparecían ante su imponente alma de mulata colombiana.

Si, de mulata sin vergüenza. Porque Piedad asumía su negritud pero también los orígenes blancos de su madre ojiazules. La sangre latinoamericana corría por sus venas en acordes de tumbadoras, de flautas, de cuatros y arpas.
Difícilmente después de Chávez, se puede encontrar a alguien tan nuestroamericano como esa compatriota continental. Por eso, en todos sus viajes por estas geografías, según Atilio Boron, fuera en Argentina, México, Venezuela, Honduras la gente en la calle reconocía su estela. La proclamaba, la nombraban, la sentían suya.
La Evita del pueblo de Gaitán, que sin una oligarquía tan vetusta, ella misma hubiera podido llegar a regir los destinos de nuestro vecino sin duda. Pero su destino, parecido al del líder sacrificado, se lo impidió.
Piedad, viniste a ofrecer tu corazón, quédate con el nuestro hasta la eternidad. Gracias por tu humilde inmensidad.