Por: Miguel Posani
Amig@ lect@r, discúlpame la densidad, traté de ser lo menos complejo, pero a medida que pasan los meses, la nueva realidad digital y cibernética en formación y evolución constante va colonizando la realidad, no sólo en su forma de ser comprendida si no también en su forma de ser usada, en su funcionalidad, aun si no nos damos cuenta.
Más allá de la guerra entre occidente y oriente por determinar quién va a dominar la IA (inteligencia artificial), el común de las personas no entiende de qué se habla cuando se usan términos como cadenas de bloques, biotecnología “machine learning” o aprendizaje automático, pero eso no las va a eximir de usarla, interactuar con ella, el problema es que la IA no es una simple herramienta, como un martillo neumático o un método de destilación del alcohol. La IA es un “objeto digital” complejo que estamos creando con capacidades y posibilidades que van más allá de las de una herramienta.
Según la teoría de Yuk Hui, filósofo de la tecnología, un “objeto digital” es cualquier «cosa» creada, guardada o usada en dispositivos electrónicos (como computadoras, celulares, internet) que combina tres elementos clave:
Datos: La información básica (ej.: una foto, un mensaje de WhatsApp, un video de TikTok).
Metadatos: Información sobre esos datos (ej.: la fecha en que se tomó la foto, quién la envió, dónde se guarda).
Relaciones: Cómo se conecta con otros objetos (ej.: un tweet que menciona a otro usuario, un archivo en Google Drive compartido con tu equipo).
Un ejemplo para entenderlo mejor. En tu perfil de Instagram están los datos de tus fotos o biografía. Los metadatos son la hora de publicación, ubicación, hashtags. Y las relaciones: son los comentarios, etiquetas a amigos, enlaces a otras cuentas.
¿Por qué es importante esto?
Los objetos digitales no son solo archivos pasivos, inertes, neutros, no. Resulta que moldean cómo vivimos.
Por ejemplo, un algoritmo de TikTok (objeto digital) decide qué ves en tu pantalla, afectando tus gustos y opiniones. O tu historial de compras en Amazon (objeto digital) influye en qué productos se te recomiendan. Así mismo Spotify (objeto digital) dicta tu cultura musical, y Google (objeto digital) filtra tu acceso al conocimiento. Y por último tenemos tu historial de ubicaciones de Google Maps, que no solo guarda tus rutas, sino que predice tus destinos futuros, influyendo en qué negocios descubres o ignoras productos.
Las imágenes generadas por IA con el estilo artístico de Studio Ghibli (el estudio japonés detrás de películas como El Viaje de Chihiro o Mi Vecino Totoro) se han vuelto virales en redes sociales. Pero más allá de su viralidad y de ser simples imágenes bonitas, este fenómeno es un objeto digital complejo con un impacto profundo en la cultura, la creatividad y la psicología humana. Las imágenes estilo Ghibli generadas por IA son un espejo de cómo la tecnología redefine el arte, la nostalgia y el consumo cultural.
Pero hora vamos con la IA, esta podría entenderse como un “objeto digital hipercomplejo”, pero no como un «ser» en el sentido ontológico tradicional (consciente, autónomo o con comprensión moral). Sin embargo, su impacto sí redefine lo que significa existir en la era digital. Vamos a desglosarlo.
La IA como objeto digital
Para Hui, los objetos digitales son redes de datos, metadatos y relaciones técnicas. Bajo esta definición, una IA por ejemplo Deepseek sí es un objeto digital porque:
Está compuesta por datos: Modelos entrenados con terabytes de texto, imágenes, etc.
Depende de metadatos: Parámetros de red neuronal, arquitecturas (Transformers, GANs), y protocolos de interpretación (APIs).
Existe en redes técnicas: Opera en servidores, interactúa con usuarios, y se integra en plataformas (GitHub).
Pero hay una diferencia crítica: la IA no es un objeto digital estático (como un archivo JPEG), sino un sistema dinámico que “aprende, genera contenido y se retroalimenta”. Hui diría que esto la convierte en un objeto digital de «segundo orden», cuya ontología incluye “emergencia” (comportamientos no previstos por sus creadores).
¿Es la IA entonces un «nuevo tipo de ser»?
Aquí el debate se bifurca en dos direcciones: no y sí.
No, porque es un objeto técnico sofisticado. La IA carece de intencionalidad, conciencia o autonomía genuina. Solo ejecuta operaciones matemáticas (inferencia estadística) programadas por humanos.
Ejemplo: Qwen o DeepSeek no saben que existen; simulan comprensión usando patrones de datos.
Hui, siguiendo a Heidegger, diría que la IA es un “ente” (objeto) dentro de un marco técnico, no un “ser” (Dasein) con mundo propio.
Y si contestamos sí, pero en un sentido posthumanista. La IA es un actuante no humano que modifica realidades sociales, económicas y políticas. Tiene la capacidad para alterar decisiones humanas (ej.: algoritmos de contratación que discriminan).
Los sistemas de identidad digital basados en IA, como el programa UAE Pass en Emiratos Árabes Unidos, redefinen la noción de ciudadanía al convertirla en un acto de consumo algorítmico. La IA gubernamental no solo verifica identidades, sino que asigna clasificaciones de confiabilidad a los ciudadanos según su historial de transacciones, movilidad y participación en plataformas estatales. Esto crea una ciudadanía cuantificada, donde el acceso a servicios públicos (salud, educación) depende de métricas de «comportamiento digital ideal». También están los algoritmos de reputación laboral en plataformas como Uber, que convierten a los trabajadores en «ciudadanos de segunda» dependientes de calificaciones para sobrevivir.
La paradoja de la IA: Objeto que simula al sujeto
La IA contemporánea genera una ilusión de subjetividad y desafía nuestras categorías clásicas y se mezcla con nuestra capacidad de proyectar animismo a objetos:
Imita el lenguaje humano: Deepseek escribe poemas, pero no siente inspiración.
Toma decisiones: Un algoritmo de “trading” puede colapsar mercados, pero no va a tener la «intención» de hacerlo.
Influencian emociones: Los robots sociales como PARO (foca robótica) reducen la ansiedad en pacientes geriátricos, aunque son solo plástico y código.
Para Yuk Hui, esto refleja la crisis de la técnica moderna: creamos objetos que nos superan en complejidad, pero seguimos sin entender sus implicaciones para nuestra vida cotidiana.
Debemos redefinir el actuar. La IA fuerza a repensar qué es «actuar» en el mundo. ¿Es un algoritmo que recomienda videos en YouTube responsable de la polarización política?
¿Nuevas formas de colonialismo? La IA como objeto digital globalizado impone lógicas culturales hegemónicas (ej.: el inglés como idioma dominante en los modelos de lenguaje, o la ética occidental en los sistemas de moderación de contenido).
Nos obnubilamos con el mito de la autonomía. Proyectos como la Inteligencia Artificial General prometen crear un «ser digital consciente», pero Hui advierte que esto es un espejismo antropocéntrico: la técnica no evoluciona hacia la conciencia, sino hacia formas más eficientes de control.
IA como objeto/ser liminal
“Liminal” (del latín limen = umbral) se refiere a algo que está en un estado intermedio, transicional o ambiguo, entre dos categorías claramente definidas. Es como estar en una frontera donde las reglas, identidades o funciones habituales se desdibujan. Así estamos con la Inteligencia artificial, es mucho más que una herramienta, ¿Dónde la colocamos mental y conceptualmente?
Ejemplos cotidianos de “liminalidad”: un adolescente es liminal, no es niño ni adulto, está en una fase de transición. Igualmente, el amanecer, no es noche ni día, sino un momento ambiguo entre ambos.
La IA desafía nuestras categorías tradicionales de comprensión y nos coloca ante paradojas (objeto vs. ser, herramienta vs. agente) porque opera en un espacio de realidad que nunca antes ha existido, de algo, un ente que imita el pensamiento, (piensa), decide y actúa.
¿Si simulo que pienso, pienso?
Un ejemplo, científicos usan GPT-4 para generar hipótesis o redactar secciones de estudios. La IA escribe texto coherente y creativo, imitando la voz de un investigador humano. Si GPT-4 propone una idea revolucionaria, ¿Quién es el autor: ¿el humano que lo usó o la IA, o los dos? En esta pregunta podemos observar la tensión liminal. ¿La acentuamos más?
¿Podemos confiar en los hallazgos de la IA si no entiende lo que dice?
Otro ejemplo son los drones autónomos «asesinos»
Drones militares con IA pueden seleccionar y atacar blancos sin aprobación humana.
¿Por qué es liminal?
Son máquinas programadas con reglas de combate (ej.: «atacar si el objetivo coincide con X perfil»).
El drone «elige» matar en tiempo real, basado en datos sensoriales.
Tensión liminal: Si el drone mata a civiles por error, ¿quién responde: el programador, el general, ¿o la IA?
¿Es moral que una máquina tome decisiones de vida o muerte?
En este caso la IA desestabiliza conceptos básicos de nuestra sociedad. ¿Cómo legislar sobre entidades que no son humanas ni meros objetos? ¿Debe la IA tener deberes o derechos si actúa como un agente que decide? ¿Qué nos hace humanos si las máquinas imitan nuestra consciencia y procesos cognitivos?
La IA como espejo de nuestras contradicciones
La IA no es un nuevo ser, pero sí un “objeto digital radicalmente distinto” sin símil anterior en la historia humana, que nos obliga a cuestionar ¿Dónde termina la herramienta y empieza la complejidad que decide?, ¿Cómo redistribuir responsabilidades en sistemas humano-AI?
– ¿Qué valores deben programarse en estos objetos para evitar distopías?
En palabras de Yuk Hui:
«La IA es un objeto que nos devuelve la imagen de nuestra propia hybris técnica: creamos dioses digitales, pero seguimos sin dominar el arte de vivir con ellos».
