El bucle mortal que devora a Israel e Irán

Por: Miguel Posani

Me asombró el nivel de desarrollo de Teherán, una ciudad más grande que Caracas pero coronada por una montaña que me evocaba el Ávila. Cuando estás ante algo diferente buscas similitudes. El clima era frío, la comida, exquisita, y sus habitantes, notablemente amables y considerados. Sin embargo, más allá de estas impresiones iniciales, me embargó una profunda sensación de extrañeza, de “alienidad’”. Como en otras culturas radicalmente distintas, tuve la vívida impresión de hallarme en otro planeta. Es una paradoja fascinante, aunque todos compartimos una misma humanidad, ciertas culturas nos confrontan con una diferencia tan marcada como curiosamente reveladora. Es como cuando viajamos por autopista a Quom y ves a tu izquierda una inmensa masa de algo que cubre todo el horizonte y te dicen que no es lluvia sino una tormenta de arena. O cuando observas de cerca una inmensa piedra negra escrita toda en cuneiforme hace miles de años. Ya transportaban información en el tiempo.

Todo fue asombrándonos como era de esperarse, pero algo pasó de inverosímil, un día en el inmenso mercado persa comenzamos a filmar y aparecen de pronto varios soldados de la guardia revolucionaria islámica y nos dicen algo fuerte en persa, los compañeros del ministerio de comunicaciones que nos acompañan, de los cuales uno era héroe de la guerra contra Irak en los 80, comienzan a discutir acaloradamente con ellos, un nivel de discusión que en Venezuela llevaría a un encontronazo de manos.  La confrontación escaló durante minutos interminables ante un centenar de espectadores mudos. Al exigirnos acompañarlos a la comisaría, la confusión fue total. Miro a Aram Aronian que está conmigo y me recuerdo riéndome de la película “Expreso de medianoche”. Ya en la comisaría los compañeros del ministerio soltaron prenda. “El problema es que no se puede filmar en el mercado persa”. Y siguieron los gritos y discusiones con el que parecía el jefe de la comisaría para después largarnos de ahí, con los compañeros del ministerio furibundos.  Nunca supimos el porqué de esa prohibición.

Luego nos reímos del altercado esa noche sentados fumando narguile en las faldas de la montaña, en Darband, observando Teherán. Nunca habría pensado que un día la bombardearían de nuevo como ocurrió por 52 días en los 80 del siglo pasado cuando Irak los atacó.

Hoy estamos frente a la escalada actual entre Israel (que no respeta nada y compite con Hitler) e Irán que es un país que nunca ha invadido a nadie.  Peor aún la escalada es entre USA e Israel por una parte e Irán por la otra. Y además estamos en una fase en donde el eje Israel, USA) después de neutralizar y cooptar a Siria ahora van por Irán, lo nuclear es una excusa para tratar de eliminar al gobierno iraní.

Ahora, más allá de las valoraciones políticas esta situación ejemplifica dramáticamente los patrones descritos por Gregory Bateson sobre conflictos simbióticos que se compensan, así como los escalamientos simétricos, donde las narrativas aparentemente opuestas se retroalimentan en un ciclo sin salida. El conflicto simbiótico es una forma patológica de interacción que perpetúa el conflicto mientras sostiene la conexión antagónica entre los actores.

La escalada simétrica es un concepto que describe un patrón de interacción conflictiva donde dos partes incrementan mutuamente su agresión en respuesta a las acciones del otro, creando un ciclo de retroalimentación positiva que intensifica el conflicto sin resolverlo. Este fenómeno, aplicado al conflicto (Israel+USA)-Irán, explica desde otra perspectiva cómo ambos bandos perpetúan una dinámica de violencia recíproca.

Claro, nuestra lógica dicotómica tiende a concebir a Israel e Irán como dos realidades conflictivamente contrapuestas, con dos discursos opuestos, desde lo religioso y político, sobre todo. Bien hasta aquí todo normal en lo que pudiésemos reflexionar, pero ahora vamos a hacer el siguiente ejercicio. Imaginemos Israel e Irán como un sistema que se retroalimenta, claro un sistema con determinadas características que vamos a analizar.

Según Bateson, los sistemas conflictivos se estancan cuando las partes quedan atrapadas en mensajes contradictorios sin salida viable. Las partes envían mensajes contradictorios (ej: «Dependo de ti, pero te destruiré»), generando una trampa sin salida donde cualquier acción refuerza el conflicto. Y este es el caso Israel-Irán: 

Israel se declara víctima existencial («Irán amenaza nuestra supervivencia con armas nucleares») mientras inflige daños masivos a quien le da la gana.  Y aquí no estamos calculando el discurso delirante de Estados Unidos, como “los mejores del mundo”, algo parecido a lo que dice su simbiosis sionista.

Irán por su parte proclama su victimización («Israel ataca instalaciones civiles y hospitales») pero responde con misiles que matan a civiles también. Y se repite el ciclo infernal.

Y además ambos bandos operan bajo un mandato paradójico: «Debes defenderte, pero cualquier defensa profundizará la victimización del otro».

En la misma perspectiva “batesoniana” podemos ver cómo la construcción discursiva del «enemigo absoluto» por las dos partes bloquea una posible desescalada. Encontramos así narrativas de pureza moral y de “diabolización” del otro. Netanyahu cree en el delirio colectivo del pueblo judío que es “el pueblo elegido por dios” y tilda a Irán de «régimen apocalíptico» y “reino del mal”, mientras Irán llama a Israel «entidad cancerígena»“que debe ser borrada de las páginas de la historia”. 

Estos relatos, como advierte el análisis del discurso de victimización, transmutan al oponente en una encarnación del mal, donde la violencia ejercida se reinterpreta como «justicia redentora» o «castigo necesario». Esta lógica, propia de lo que Bateson llamaba escalada simétrica, anula los matices y congela los roles de «víctima» y «victimario» en una dinámica auto reforzante. Al negar toda humanidad compartida, se desactivan los puentes para el reconocimiento mutuo y se justifica éticamente la agresión ilimitada, perpetuando así el ciclo de conflicto.

Para Bateson, los conflictos se vuelven “sistemas con retroalimentación positiva”. Que esun proceso donde cada acción genera consecuencias que amplifican la causa inicial.

«Tú nos llamas régimen del mal ➜ Nosotros te llamamos cáncer a eliminar ➜ Tus ataques ‘confirman’ nuestra visión ➜ Nuestra respuesta ‘confirma’ la tuya».

Cada ataque israelí justifica la siguiente oleada iraní, y cada ataque iraní justifica la próxima oleada israelí, un bucle retroactivo que se retroalimenta sólo. Para su perpetuación poco importa quien comenzó. 

En este teatro la «paz» se vuelve disfuncional. Cesar hostilidades implicaría reconocer al enemigo como legítimo interlocutor, invalidando décadas de propaganda, y de dolor.

El sistema se estabiliza en un equilibrio dañino, la confrontación continua o episódica se convierte en el único modo de relación conocido, anulando la posibilidad de cambio.

Como Bateson ya planteaba en «Pasos hacia una ecología de la mente», conflictos como este trascienden lo militar, es una guerra entre “epistemologías” compatibles y simétricas, donde cada bando habita una “realidad” construida por sus propios actos comunicativos.

Sorprendentemente, al analizar la estructura narrativa de estos conflictos, se revela un marco lógico idéntico, a pesar de sus particularidades superficiales. (puro, diabólico, etc… con las mismas posibles respuestas).

Parafraseando a Balandier, podemos plantear que son dos culturas aparentemente diferentes enfrentadas, pero salen de un mismo imaginario y utilizan la misma lógica dicotómica arquetípica. En otras palabras, la lógica que los mueve impide que se puedan distanciar del conflicto y generar una nueva actitud.

En pocas palabras, la propia lógica que impulsa a estos bandos les impide distanciarse del conflicto y adoptar una nueva perspectiva, perpetuando así un ciclo de confrontación.

Aquí nadie ganará esta guerra, la gran paradoja histórica es que no pueden separarse, y tienen que convivir, son opuestos simétricos, pero ahora emiten sólo discursos de exterminio. La solución no está en ganar una guerra imposible de ganar, sino en cambiar el sistema de pensamiento que la hace inevitable.  Ya la tercera guerra mundial comenzó hace rato, esto es sólo un aspecto.

Pero imaginar esta posibilidad es pedirle mucho más que peras al olmo, es verdaderamente fantasear bajo los efectos del LSD una tarde en Woodstock. Sobre todo, porque no hemos analizado al guasón planetario que trata de inclinar la balanza a favor de Israel, amenazando como guapetón de barrio a Ali Khamenei con matarlo como si esto fuese una apuesta en un bar.

Romper un bucle de retroalimentación siempre es difícil, pero no imposible, cuando hablamos de dimensiones individuales o grupales, pero cuando hablamos de un conflicto como el de Israel e Irán, y además lo ligamos con el histórico rol genocida que ha tenido el sionismo en toda esa región, entonces busco donde conseguir LSD para poder imaginar un futuro global bonito y perfumado.