Por: Jorge Elbaum
Javier Milei desprecia todo lo que significó Francisco. La blancura elegida en su hábito sacerdotal niega el grito de saña con que el presidente argentino señala al mundo. El liberticida transita su vida en las antípodas de la empatía y la comunidad que impulsó Francisco. Aquello que se irradió desde la Plaza de San Pedro hasta el 21 de abril –incluso para los no creyentes– se revelaba como una imagen asimilable a un abrazo campechano, convertido en alas. En algo infinitamente superior a la usura: un lazo que se amplifica, incluso, cuando se prolonga hacia quienes sobrellevan el dolor como carga y estigma.
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