La vida en reels

Por: MarxLenin Valdés

Para quien a estas alturas de la invasión virtual en nuestras vidas no lo sepa, los reels son audiovisuales de cortísima duración diseminados por las redes digitales, en especial Instagram. Se trata de un anglicismo, otro más, que hemos incorporado sin la menor sospecha o cuestionamiento.

El término viene del inglés para carrete o bobina, aludiendo justamente a los rollos con los que funcionaban todas las cámaras de fotos en sus inicios. Poco parece importar lo que signifique –si se le tradujera– y escasos son los esfuerzos para sustituirlo por su equivalente en español.

Pero no es el único caso, lo mismo ha sucedido con otros que se repiten diariamente hasta el cansancio, como influencer (celebridad que ejerce “influencia”), dm (direct message: mensaje privado), link (enlace), hashtag (etiqueta), tbt (acrónimo de la frase “throwback thursday”: volver al jueves del pasado), ghosting (viene de fantasma y significa perder contacto con alguien intencionalmente), stalker (acosador) y esta “delicia” de las cookies (que literalmente es galleta, pero no en el contexto digital).

Al incorporarlos –acríticamente, por demás– al lenguaje cotidiano, vamos normalizando el amasijo lingüístico y sus significantes, sin percibirlos como eso que también son: otra manera de llevar a cabo la colonización cultural en una de sus vertientes más directas y efectivas, el lenguaje.

Hagamos un experimento: dejémonos llevar por la moda de las “redes” y elaboremos una oración en castellano pero utilizando estos “préstamos lingüísticos”. Adelanto que saldrá un tipo de dialecto a lo Frankenstein, pero eso sí, nos parecerá muy cool todo.

Si, como bien se sabe, el ser que puede ser comprendido es lenguaje, entonces el problema que de aquí se desprende no es de importancia menor. Visualice cómo queda el castellano después de semejante bombardeo foráneo y automáticamente con ello saque la cuenta sobre cómo afectará al pensamiento y la subjetividad, tan supeditados al lenguaje.

De esta forma se va conformando con nuestra aprobación, pero sin reflexionar sobre ello, un nuevo consenso. Los reels, harto populares, gozan de la simpatía y aceptación generales; a fin de cuentas, ¿qué de dañino podría tener un microvideo de 15 segundos sobre una rutina de yoga, un chiste sobre una impresora que no imprime u otro sobre la minicoreografía de la canción de reguetón de turno?

A primera vista, uno va sobre deporte, el segundo sobre humor y el tercero sobre ¿música y baile? Sin embargo, detrás de cada uno de estos “pequeños videos inofensivos” se abre un diapasón de sentidos mucho más complejos, tejidos con extrema intencionalidad.

De manera tal que un reel, por muy corto, inocente, refrescante, cómico o serio, “desideologizado” o no, “apolítico” o no que se nos presente, es siempre un medio y un mensaje que nos cuenta algo, que tiene una finalidad determinada y que está dirigido a un público meta.

Y como se insertan en la lógica del capital, en este caso desde redes sociales virtuales mercantiles, son en sí mismos mercancías concebidas para lucrar, directa o indirectamente, a través de ellos y, principalmente, de nosotros. De lo demás se encargan los algoritmos, esos que nunca dejan algo al azar si de internet se trata o, en otras palabras, si de captar nuestra atención se trata.

Mientras nos embelesan, el tiempo parece contraerse; es la paradoja de los sentidos. Atrapados en el tiempo reel, aun cuando algunos duren pequeñas fracciones de segundos, podemos pasar horas consumiéndolos, o consumiéndonos. Pocas veces mejor ubicado aquel oxímoron de Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”.

Acudimos voluntarios al desfile en serie de videos que abordan temáticas distintas, cuya diversidad asegura la posibilidad de quedar atrapados cuando, eventualmente, llega aquel que nos despierta algún interés por su forma o su contenido. Ya sea la ciencia, la música, la cocina, la guerra, la política o el cine, hay para todos los gustos. O, mejor dicho, existen reels para todos los gustos, ya que los gustos mismos fueron previamente condicionados, producidos, de la mano de nuestras nociones sobre lo entretenido, lo atractivo o lo interesante.

Como decía Carlos Marx en los Grundrisse: la producción es consumo y el consumo es producción en tanto crea, a la vez, la necesidad de más consumo y, con ello, las condiciones para una nueva producción.

Si aplicamos este conocimiento al tema que nos ocupa, veremos, además, que el consumo ampliado de microvideos da forma a un tipo específico de consumidor que siempre vuelve a ellos, garantizando la construcción de subjetividades con predisposición para este tipo de consumos.

Se inclina la balanza hacia nuestra permanente interacción con y desde internet, con las redes sociales digitales, las cuales están destinadas –en su mayoría, apariencia aparte– a crearnos dependencias, adicciones, fobias, carencias, etc.

Recuérdese que a mayor tiempo que pasemos conectados, mayor será la ganancia para los creadores de contenidos y en especial para los dueños de estos grandes monopolios de la “información” y la “comunicación”. Se abre un ciclo en el cual nos sentimos estresados, agotados, alterados, aburridos, ansiosos y qué mejor modo de enfrentar estos estados de ánimo que usando, por ejemplo, los famosos reels.

De esa forma, se crea en nuestro pensamiento la identidad entre el ocio y un tipo de consumo. En otras palabras, se formaliza la ilusión de que, para satisfacer cierta necesidad, por ejemplo, de entretenimiento, debemos hacerlo viendo reels, en detrimento de un cúmulo mayor de alternativas que existen fuera de este reino. Sucede algo similar a la relación unívoca que establecimos entre ignorancia, aprendizaje y videos de YouTube, en contraposición a ignorancia, aprendizaje y libros.

Y claro, en un mundo que marcha con prisa -porque así lo ha pautado el capital- no hay tiempo ni para aprender. Por lo tanto, entre leer un libro de 300 páginas y ver un video de tres minutos, qué culpa tendrá el usuario si escoge “saber” a través del segundo.

Aparecen, a su vez, los grandes entusiastas del entretenimiento que consideran que la diversión es directamente proporcional a la banalidad y que el aprendizaje y la recreación están reñidos. Aprovechando estas fragmentaciones, los que mueven los hilos detrás de las redes sociales virtuales se valen de ellas y de herramientas como los reels –aunque no sean las únicas– para ir sustituyendo el conocimiento riguroso por la frivolidad, la ciencia por la opinión, para crear seres humanos ignorantes, superficiales, ligeros.

Una buena parte de la crisis que padece nuestra espiritualidad se refleja en que cada día nos cueste más trabajo representarnos la satisfacción de nuestras necesidades fuera del dominio de las mercancías, como si la dignidad o la felicidad humanas dependieran exclusivamente de la cantidad de mercancías que poseemos.

Toda vez que somos hipnotizados por ellas, nos condicionan a un modo de consumo que limita todavía más nuestras capacidades y potencialidades. El problema no trata simplemente sobre escoger entre una vía u otra para el entretenimiento o el aprendizaje, dígase entre el video o el libro, entre visionar y leer; recae, además, en que la elección de una implique la renuncia a la otra, simplificando nuestra conciencia y reduciéndonos a seres humanos unidimensionales.

“La vida en reels” podría llamarse la obra, excepto porque hablamos de la vida real y finita de cada uno de nosotros y las consecuencias nocivas de vernos condicionados por el capitalismo digital.

¿Qué nos pasaría si para cada situación que experimentemos recordamos un reel que ya vimos? A estas alturas, tal parece que cada actividad cotidiana que hacemos cuenta con su propio reel, signo y símbolo para cada una de ellas. De manera tal que, si me voy a vestir, pienso en el video que aconseja cómo abrocharme la camisa –como si hubiera solo una forma adecuada, la que dicen ahí–, lo mismo que si voy a interactuar con mi pareja, con los amigos o con la familia.

Se repite la ecuación: para cada una de mis sensaciones, sentimientos o estados de ánimo, existe un minivideo en el que se le puso voz, texto e imagen. De esta forma, mis sensaciones ya no son mías, son de los creadores de contenidos y de la red virtual en cuestión. Ya no son internas, ahora existen fuera de mí y me dictan constantemente cómo tengo que ser.

¿Qué sucede cuando este mundo de microvideos apenas deja espacios para la imaginación individual, porque ellos han construido una representación social para cada gesto humano? En ellos se nos dice –unilateralmente– cómo actuar, pensar, sentir, lucir; por qué reír, llorar, dudar; a qué aspirar; qué necesitar, anhelar…

Para cada caso existe un referente material directo, un audiovisual que supone niveles bien bajos de comprensión y reduce las posibilidades de interpretación al mínimo. El pensamiento abstracto se esfuma y su lugar lo ocupa uno concreto sensible y simplón, al que le bajamos sus defensas y su capacidad de análisis crítico; sobre todo, ante esos contenidos que llegan por la vía del “amistoso entretenimiento”.

Reduciendo el tema al absurdo: ¿sería posible encontrarnos en una situación inédita para la cual no existe todavía un reel? Si esto fuera posible, ante la falta de hábito para pensar por nosotros mismos, ¿supondría paralizarnos como sociedad?

Sin espacio para la imaginación, tampoco queda margen para la creatividad y las acciones creadoras, originales, novedosas, revolucionarias. Si para cada pensamiento o problema diario hay un reel que lo contempla o acaso lo conforma, bien poco necesitará ese pensamiento desarrollarse más que en reproducir, calcar e imitar.

Así que si usted no es “feliz” será porque no quiere, porque en internet y sus videos en fracciones de segundos están todas las respuestas, aunque nunca todas las preguntas.

En definitiva, de qué vale que la red de redes sea portadora de sabiduría, si se nos entrenó para apropiarnos de lo lindo sin lo digno, de lo bello sin lo bueno, de lo útil sin lo virtuoso. Para poner la atención solo en lo específico y discriminar el todo, las relaciones, el contexto, los condicionantes, los conflictos de intereses, las hegemonías.

Un panorama difícil de vencer, mas no imposible, pero dejemos que ese sea contenido para otro texto, porque este, para un lector entrenado en reels, puede resultar ya demasiado largo./Cubadebate

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