Semana Santa de ‘Sex and the city’

Por Jessica Dos Santos

El martes me desperté absolutamente derrotada. Me vestí sin bañarme. No habia agua en casa y mi humor no aguantaba ni el respectivo tobito de agua fría ni tener que esperar una eternidad para que mi cocinita eléctrica se dignara a hervir unos cuantos litros.

El mal humor podía ser normal. Nunca despierto de mil amores. Pero no tenía hambre y yo siempre amanezco con el apetito de un camionero. Me comí una fruta y me fui al gimnasio. Me costó cada ejercicio. Sentía ganas de llorar. Mire el calendario de mi teléfono para echarle la culpa a las hormonas, pero estaba en la fase ovulatoria, no en la premenstrual.

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Una negra historia de “Blanca Nieves”

Por: Fernando Buen Abad

Desde su primer estreno, “Blanca Nieves” (Snow White propiedad de The Walt Disney Co.) reveló un entramado complejo de significados que desnudan las condiciones de explotación más oscuras del capitalismo y las estructuras semióticas que sostienen su hegemonía ideológica. “Blanca Nieves” es una víctima arquetípica de la explotación. Su belleza y sumisión son una mezcla perfecta para reducir a las mujeres en mercancías del ideal burgués, que su rol de sirvienta en el castillo y en la cabaña de los enanos exhibe su subordinación a la división burguesa del trabajo. Todo es sacrificio y la pasividad como virtudes, para esconder la explotación de clase y género. Eso sí, con musiquita y canciones pegajosas.

“Blanca Nieves” es representada en situaciones de pasividad, obediencia o sumisión en todas las versiones del cuento. Revelaría cómo su figura está vinculada a términos que refuerzan la ideología patriarcal y la resignación ante la explotación. No falta una Reina, obsesionada con su belleza y su posición, que encarna un odio de género y alienación de la mujer, donde la competencia y la apariencia determinan su valor social en el mercado. Una manipulación ideológica en la que las mujeres son enfrentadas entre sí mientras compiten por la seducción y perpetuación del sistema patriarcal.

Esa Reina es toda estereotipos negativos en la moral burguesa (egoísmo, crueldad, vanidad), mientras que “Blanca Nieves” es toda valores positivos (pureza, bondad, sacrificio). Hay siete enanos que representan una clase trabajadora despojada de conciencia política. Su papel en la historia enfatiza la obediencia al trabajo irracional al que nada se le cuestiona. Son obreros mineros, que nunca se rebelan ni buscan suprimir las condiciones de su vida rutinaria, donde la felicidad proviene del cumplimiento de su función dentro del engranaje productivo. En los diálogos de los enanos puede analizarse cómo la retórica del “trabajo feliz” es utilizada para enmascarar la explotación, convirtiendo la resignación en virtud. Y todo esto hay que tragárselo como divertido.

Pero llega el Príncipe que “redime” a “Blanca Nieves” y restaura con sus besos el orden social. Su papel simbólico legitima la pasividad de la clase explotada, porque la solución no proviene de su propia lucha, sino de la intervención de una fuerza externa, bella y bondadosa, que impone el final “feliz” bajo el imperio de la inconsciencia. Una fórmula perfecta para ocultar las contradicciones de clase bajo una estética edulcorada. Un destino natural, nunca como una injusticia. Y todo encaja a la maravilla dentro de una estrategia semiótica de la industria anestésica, moldea subjetividades desde la infancia. Esa tragedia da historia de “Blanca Nieves” niega el conflicto de clases y convierte en virtud la resignación.

Esa “magia” de Disney no es más que una herramienta para naturalizar la sumisión y despolitizar a las audiencias victimadas por la farándula y la estetización del poder, la música y la idealización estética neutralizan cualquier lectura crítica. El relato se convierte en un producto de consumo masivo que transmite ideología de forma seductora. No es un cuento inocente, sino un artefacto de control ideológico.

Disney, en tanto monopolio monstruoso, ha recaudado sumas obscenas de ganancias con sus esperpentos ideológicos. Se entronó en la estética y en la moral fabricadas para aparentar una moral “blanca como la nieve”. Y ahora en esta versión “nueva” de “Blanca Nieves” y los siete enanos, se plantea otros retos como reinar comercialmente en la sensibilidad feliz de sus consumidores felices, por los siglos de los siglos. Pero ahora con agradecimiento eterno.

Esta “Blanca Nieves” tuvo un presupuesto superior a los 250 millones de dólares, “Blanca Nieves” había comenzado con ambiciones más altas, especialmente porque devuelve a Disney a sus orígenes…podría marcar un nuevo nadir. El Rey León fotorrealista de Jon Favreau (2019) tampoco tuvo grandes críticas, pero recaudó más de 1 600 millones de dólares en todo el mundo. “Blanca Nieves” se estrenó peor que Dumbo (un estreno de 46 millones en 2019) y Cenicienta (67,9 millones en 2015)».

Así que les urge recaudar y recaudar. ¿Esperarán que venga el príncipe de la Casa Blanca para salvarlos con algún besito presupuestal?

Según sus cálculos, recaudarán entre 45 y 50 millones de dólares en los cines estadounidenses durante el primer fin de semana, cálculos según la preventa. Eso se les hace poco porque están acostumbrados a que sus refritos cinematográficos atraigan a la nostalgia de adultos emocionados por inocular a sus hijos el mismo veneno que les intoxicó sus infancias. Disney, en los años que lleva reciclando sus derechos de autor, ninguna de las entradas de gran presupuesto ha llegado exclusivamente a los cines con menos de 58 millones de dólares, una vez ajustada la inflación. (Esa fue Dumbo en 2019). Dicen.

Ellos trabajan, meticulosamente, todos los dispositivos de la cursilería más melosa, como arma para una Guerra Cognitiva que se desliza amigablemente entre las añoranzas de la vida infantil y los nichos de escape para que se fugue la conciencia de la realidad brutal en que el capitalismo tiene hundido al planeta y a la especie humana. Su semiótica de guerra ideológica nos revende sus clásicos animados sólo que re-imaginados como espectáculos que cobran vida en personajes “reales” con acción real como antídoto del tiempo que ha desvanecido la memoria y el consumo del efecto “Blanca Nieves” en los bolsillos y las cabezas de la clase trabajadora. La recaudación final será un espejo donde podrá verse la eficacia y la eficiencia mercantil y semiótica de los mecanismos de Batalla Cultural que hoy les importa tanto.

En 2024, “Disney Experiences”, que abarca los parques temáticos, reportó ingresos por aproximadamente 33.400 millones de dólares para un total de 94.000 millones de dólares en el mismo año. Es una desfachatez atroz ante la pasividad de los referentes burocráticos de la cultura, la cinematografía y la defensa de la integridad emocional e intelectual de los pueblos.

“Nunca subestimes la necesidad de tener entretenido a un niño de 6 años”, dijo Gross. Especialmente porque su entretenimiento es un gran negocio que cuenta con la complicidad de gobiernos, academias, iglesias, empresas. Su entretenimiento es una derrota para nuestros pueblos que han aprendido a rendirle pleitesía y darle la razón ética y estética, a disfrutarlo, agradecerlo y difundirlo como si se tratara de la mejor herencia posible para la prole. Y todo sin dejar de pagar.

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Trazos de resistencia

Por: LUIS BRITTO GARCÍA

La imagen es el lenguaje universal. En las cuevas de Altamira, Lascaux y Chauvet nuestros antepasados no inscribieron letras, sino figuras de animales trazadas con vívido realismo. En cambio, las imágenes de los hombres y sus pertrechos de cacería son estilizadas con escuetas rayas, próximas al ideograma. Lo mismo ocurre en nuestros petroglifos.

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Narrar es un placer (y un riesgo)

Por: Luis Britto García

La literatura, ejercicio para sedentarios, sólo se justifica por su capacidad -equiparable a la del deporte- para eliminar a quienes la practican. Escribir atenta contra la integridad física. Homero, Milton, James Joyce, Aldous Huxley y Borges tenían serios problemas de la vista; Luis de Camoens y Gabrielle d´Anunzio terminaron tuertos. Cervantes quedó manco y Valle Inclán perdió un brazo en un debate lírico a bastonazos. Elegir la literatura como oficio es prueba irrecusable de locura; peor es intentar curarla. Torcuato Tasso, Jonathan Swift, Ezra Pound, Antonin Artaud, William Burroughs, Andrés Caicedo terminan sus existencias tratando de no ser internados en manicomios o fugándose de ellos. La letra es dañina para la salud.

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Igualmente nociva es toda actividad preparatoria de la escritura. Herman Melville se alista a los 19 años como marino, y deserta de los rigores de la vida naval para vagabundear entre caníbales en el Pacífico. Hemingway se enrola a los 18 años en la Segunda Guerra Mundial y colecciona un centenar de esquirlas de obús en el cuerpo. Casi a esa edad se alista Alain Fournier y es acribillado en alguna trinchera. Andrés Caicedo se moviliza en el ejército de la rumba y se suicida a los 25 años tras recibir el primer ejemplar de su novela ¡Que viva la música! Sarrazine y Jean Genet investigan vivencialmente malandraje y transexualidad y pagan largas condenas. Saint Exupery sale a buscar al Principito pilotando un P-38 Lightning y es derribado. La tinta es insalubre.

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El amor, actividad beneficiosa para la mayoría de los mortales, resulta para los literatos aciaga. Dante recibe calabazas de Beatriz y se consuela escribiendo un millón de tercetos; Abelardo conquista a Eloísa y pierde lo que más le importa. Pushkin fallece en un duelo por faldas; Mariano José de Larra se suicida por una coqueta, Dostoievsky pierde su dinero y la razón por Polina Suslova; Leopoldo Lugones, enamorado de una adolescente, se descerraja un tiro cuando trata de internarlo en un manicomio su hijo, un siniestro policía sureño.

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Dicen los médicos que el humor prolonga la vida. A los escritores se las amarga o acorta. Quevedo da con sus huesos en la cárcel por rimar versos satíricos; Daniel Defoe por redactar panfletos; Voltaire por pensar. Leoncio Martínez, Francisco Pimentel, José Rafael Pocaterra y Kotepa Delgado temperan en La Rotunda, y Aquiles y Aníbal Nazoa en mazmorras menos históricas. Ramón Gómez de la Serna y Enrique Jardiel Poncela huyen de España al reventar la guerra civil; Jaime Garzón Forero es asesinado en Colombia. Quien ríe último muere peor.

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Se elogia la escritura como catarsis que drena pasiones: más bien las exacerba y las vuelve contra el sujeto. Emilio Salgari escribe sobre tigres de la Malasia y corsarios negros y se acuchilla el vientre a los 49 años; Robert E. Howard da vida a Conan el Bárbaro y se quita la propia a los treinta; Jack London perpetra una antología de la violencia y se suicida con morfina a los cuarenta; Ernest Hemingway describe hecatombes de soldados, toros y peces espada y se vuela la cabeza a los sesenta. Gerard de Nerval se ahorca en un callejón. Argenis Rodríguez relata la lucha armada y se suicida. El mayor escritor de ficción de todos, Sigmund Freud, se despide con una inyección de morfina. Así como los peores enemigos de los autores son sus colegas, cada escritor es enemigo mortal de sí mismo.

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Actividades colaterales no salvan a los escribidores del desastre. Antón Chejov cura tuberculosos y muere contagiado a los 44 años. Teresa de la Parra adula al dictador Juan Vicente Gómez y a los 46 expira tísica en Lausana; Manuel Díaz Rodríguez es su embajador en Italia y fallece al pisar la cincuentena; Ramos Sucre es su cónsul en Suiza y se envenena en Ginebra a los cuarenta. Rubén Darío es embajador de varios países centroamericanos y expira a los 46 años entre alucinaciones: a la misma edad que el desamparado César Vallejo se extingue de paludismo, de tristeza y de mengua.

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Se teoriza sobre la responsabilidad social del escritor: nada más nefasto que practicarla. Voltaire ridiculiza el absolutismo religioso y político y se pasa la vida huyendo de un país a otro: cumplidos los ochenta años lo capturan en París y lo ultiman a homenajes. Isaac Babel se alista en la caballería roja y fenece de un tiro en la nuca asestado por algún comisario político. José Rafael Pocaterra se burla del dictador Cipriano Castro, va preso a los 16 años al castillo de San Carlos y pasa tres años más en La Rotunda, donde lo acompañan Rufino Blanco Fombona, Leoncio Martínez y Francisco Pimentel. García Lorca simpatiza con la República Española y es fusilado a los 38 años por los falangistas que encarcelan a Miguel Hernández hasta que sucumbe a los 36 años.

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La beodez es el más trivial riesgo ocupacional de los escribidores. La embriaguez es un estado sagrado que no debe ser banalizado. Muchos confunden genio con cirrosis hepática. Alfredo de Musset ingresa en el delirium tremens eterno a los 47 años; Edgar Allan Poe a los cuarenta. Baudelaire se muda definitivamente a los 46 años a los Paraísos Artificiales; Thomas de Quincey come opio y termina devorado por él; Balzac revienta a los cincuenta envenenado con café. Casi a esa edad se despiden Orlando Araujo y Ludovico Silva buscando la verdad en el vino; Antonin Artaud, volando entre hongos alucinantes tarahumaras, y Phillip K. Dick con el hígado pulverizado por cocteles químicos que abren las puertas de infiernos interdimensionales. William Burroughs vivió y murió intoxicado. Buscar inspiración rápida acarrea muerte instantánea. A los esfuerzos que hace toda sociedad sensata por exterminar a los escritores sumamos los propios. Nadie puede acusarnos de molestar. Somos a la vez el problema y la solución./UN

Dígalo cantando

Por: Alvin Lezama

Hace unos días, al mediodía, quien les escribe caminó por una transitada avenida de una popular ciudad de un país latinoamericano y caribeño ‒Caracas‒, con el calor y los sonidos en su apogeo, en su máxima intensidad, pude apreciar mejor el valor del sonido. Como homo sapiens pude, por su puesto, distinguir entre tal barullo un sonido articulado propio de esta especie que conocemos como lenguaje, el que nos has permitido por entre 30 mil a 50 mil años como especie, convertirnos en seres de relaciones sociales más que animales gregarios, a su vez nos ha permitido crear y sostener a la sociedad y la cultura, a producir y compartir saberes para la vida. Allí distinguí del lenguaje, su expresión oral, hablada, llenando con palabras sonoras el espacio, el momento presente con significados y sentidos, plena de vida, ejerciendo su poder. Revaloricé la palabra hablada y el papel que desempeña en nuestro desarrollo personal. Primero, aprendemos a hablar que a caminar, a pensar, a escribir y a leer, a aprender. El lenguaje se aprende hablando, con éste nos relacionamos socialmente, desde el ámbito familiar, pasando por la comunidad y en el grupo cultural y religioso al que pertenecemos.

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La Guitarra acompañante de Gabino Jardines (In memoriam)

Por: Lil Rodríguez

Tal vez el Caribe y Latinoamérica no se dieron cuenta, saliendo como se estaba de las festividades de la Cruz de mayo y observando algunos conflictos que parecieran diseñados para  apartarnos del camino principal. Desde Cuba, y concretamente desde Santiago de Cuba por la vía del trovador y productor Gabriel Soler llegaba la noticia: Partía ese sábado 4 de mayo en la mañana no solo un referente musical de auténtica cubanía. Se estaba perdiendo otra enciclopedia, de esas que están en los territorios, casi anónimas salvo para quienes trajinan con ellas y beben de sus páginas, en el pueblo, y con él. Y de eso Cuba sabe mucho.

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Los 13 mejores poemas de Mario Benedetti

Mario Benedetti es uno de los escritores latinoamericanos más leídos y con mayor reconocimiento internacional. Formó parte de la llamada Generación del 47 y recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Nació en Paso de los Toros, Tacuarembó, en 1920, y falleció en Montevideo en 2009. Sus poesías están marcadas por los temas románticos en medio del escenario de compromiso social que caracterizó a esa época.

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Este Caribe nuestro

Sergio Rodríguez Gelfenstein

En homenaje

al general Augusto C. Sandino

 en el 90 aniversario de su paso a la inmortalidad

Viendo por televisión la Serie del Caribe de beisbol, más allá de los éxitos del equipo venezolano que resultó campeón no deje de sentir algunas inquietudes en el contexto. En primer lugar porque se realizó en Miami y en segundo que, por esa misma razón Cuba no pudo participar. De entrada me cuesta pensar en un caribe sin Cuba. Para aquellos lectores que viven fuera de nuestra región y no están interiorizados con el tema, quisiera explicarles que la Serie del Caribe es el campeonato anual entre equipos ganadores en sus series de beisbol nacional. Una suerte de Copa Libertadores de beisbol.

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Fragmento del primer capítulo de «La artillería de la libertad», el nuevo libro del periodista Gonzalo Guillén

Casi cincuenta años de carrera periodística acompañan La artillería de la libertad, una compilación de crónicas destacadas del periodista Gonzalo Guillén, que brindan luz sobre varios de los instantes más sombríos de nuestra historia. Compartimos «Un mundo obsoleto», el primer fragmento de este libro, donde el autor desentraña secretos de la corrupción y del poder, y revela la valentía de aquellos periodistas que resultan la última línea de defensa de la democracia. 

Por GONZALO GUILLÉN*


 Un mundo obsoleto

Una mañana me correspondió el caso de un hombre con agallas y buen ojo para pescar negocios provechosos. Cargaba en un portafolio de cuero rancio y sin manijas los documentos notariales necesarios para demostrar que una pareja de embaucadores fugitivos le acababa de vender la Plaza de Bolívar de Bogotá. El notario, al que fui a buscar para dilucidar el embrollo, se limitó a explicarme que su trabajo de rigor no era más que dar fe de que dos ciudadanos, debidamente identificados y libres de cualquier apremio, comparecieron voluntariamente ante él para dejar constancia de un negocio hecho en los términos que ellos mismos convinieron sobre papel sellado y de común acuerdo. 

Se hablaba con diversión del antiguo caso extraordinario de un hombre acusado de violar al pavo de un vecino hasta causarle la muerte y se habría defendido ante el comisario alegando que, sin cortejarlo, el animal fue hasta él por su propia iniciativa para picotearle los pies mientras leía una revista, «y uno tampoco es de hierro, doctor». 

El buen cronista Gabrielito Cabrera, que tenía algo de Chesterton en sus narraciones urbanas y en su vida, rememoraba en las tertulias el alegato que pronunció, en su pueblo, Tenjo, una paisana exaltada y valiente a quien un hombre quiso acceder por la fuerza: «Se sacó la verga», manifestó ella iracunda, con el agresor al lado, sujetado por dos policías. El juez la amonestó enseguida: «¡Señora, respetemos este recinto de la justicia, refiérase con una metáfora!». Entonces ella, obediente, comenzó de nuevo: «Bueno, su señoría; este señor, que ahora tengo a mi lado y a quien no conozco, se sacó la metáfora y se me vino encima». 

Me cayó en las manos el tema de un hombre recién apresado y bondadoso en el trato al que, con algo de ternura, llamaban «Notario». Recorría los juzgados civiles llevando su maleta de correas y su gabardina atiborrados de sellos falsificados de las notarías de Bogotá; con ellos sacaba de apuros a los litigantes espabilados. También elaboraba a precios asequibles certificados bancarios de primera calidad, así como diplomas universitarios admirables, licencias de conducción, boletas de libertad intachables para sacar reclusos de las prisiones pacíficamente, dólares de excelencia, excusas médicas por enfermedad y cartas impecables de paz y salvo con el tesoro público. 

Una mañana destemplada me hallaba de visita en Ibagué y en mi camino de prisa a la oficina subsidiaria del diario fui interrumpido por dos hombres melindrosos que me rastreaban. Me invitaron con balbuceos a conversar en la trastienda de una cantina mientras las camareras desinfectaban el piso con creolina pestilente y tres clientes todavía dormían la borrachera del último amanecer, recostados sobre las mesas. 

—Permítanos dos palabritas, caballero —balbuceó uno de ellos. 

Ambos eran funcionarios de la Lotería del Tolima. Habían intentado en vano entregarle al corresponsal del diario pruebas de los elementos diversos sobre cómo el gerente y sus lacayos se ganaban los premios con alguna frecuencia, pero él no les recibía la información ni la publicaba porque —aseguraban— le llegaba discretamente una porción del botín en pago por hacerles el favor de esconderle la información al público. 

Mi primera misión de envergadura fue como enviado especial a los arenales inmensurables, que arden a fuego lento, de la Alta Guajira. 1975. Comenzaba a florecer el comercio de la marihuana de la Sierra Nevada de Santa Marta. La mejor maracachafa del mundo: Colombian Gold. La producción viajaba profusamente a Estados Unidos acomodada en viejos aviones piratas de hélice, muchos de ellos capitaneados por excombatientes desaforados de la guerra de Vietnam. Tocaban tierra sobre el desierto colosal, donde eran cargados en algunos casos por tropas del Ejército Nacional, y partían por las rutas aéreas del Caribe hacia el estado de La Florida. Cuando se confirmaba la llegada satisfactoria de un cargamento a su destino, celebraban con ráfagas de fusiles disparadas al cielo en despoblado. Así le informaban la victoria a la comarca adyacente. 

—¡Coronaron! —aclamaban quienes oían los estallidos. 

Fue un servicio de comunicación sonoro como el de las campanas de las iglesias de los pueblos cuando doblaban para marcar las horas y darles a los vecinos la posibilidad de ajustar sus relojes. 

Los mayores acarreos de marimba partían en vuelos que aprovechaban un enorme tramo ampliado a lo ancho de una carretera fronteriza, recta, sin ángulos ni curvas, que debe servir de pista para los aviones supersónicos de la Fuerza Aérea Colombiana cuando necesiten entrar en guerra contra la vecina Venezuela. 

Las exportaciones de yerba también partían en barcos pesqueros y mercantes de poca monta. Soltaban amarras esencialmente en la ensenada natural de El Pájaro, donde después sería construido Puerto Bolívar para exportar a escala industrial el carbón extraído de las nefastas y exterminadoras minas guajiras a cielo abierto de El Cerrejón, que han fecundado más depredación y decadencia que la marihuana. 

En Ceporra o Cabo de la Vela pasé una noche. Me alojé en el hotel El Caracol, de cuatro habitaciones y único parador del lugar. Le pertenecía a un indígena wayúu de gafas negras de ciego y taparrabo con orlas de lana. Lo atendía con ojo avizor, ayudado por sus tres esposas. Ninguna hablaba español, permanecían acurrucadas, guarnecidas con mantas tradicionales de gasas finas, coloridas y traslúcidas. Todas fumaban cigarrillos de tabaco negro con la candela entre la boca cerrada, sacaban el humo por la nariz y había que observarlas con cuidado para verificar si también lo expulsaban por los oídos. Pasada la medianoche se desató uno de los primeros combates de fusiles a los que he asistido. Me guarecí debajo de la cama hasta el amanecer, cuando reventaron los últimos disparos y sobrevino un estado de quietud y silencio. Luego oí llantos y exclamaciones de asombro. Salí con mi libreta de apuntes y mi lápiz para recoger la noticia. Había una ametralladora y cuatro muertos sobre la arena a los que olfateaban dos perros hambrientos y huidizos. Eran los cadáveres de agentes de la policía política DAS que habían asaltado una procesión funeraria indígena para robarles a las mujeres las alhajas que exhiben en las ceremonias mortuorias. Un grupo de hombres ofendidos fue a buscar los fusiles que solían usar en sus guerras tribales y les siguieron el rastro a los detectives hasta darles alcance en el Cabo de la Vela, cuando buscaban refugio. 

Al mediodía viajé hasta Maicao en un camión marimbero que partió hacia la sierra a recoger un cargamento de marihuana de exportación. Transmití la noticia de los muertos a Bogotá por teléfono y no encontré al corresponsal freelance del diario destacado en el lugar porque había caído preso en la frontera. Era un mulato resabiado, con estatura de basquetbolista, que redondeaba su pequeño e incierto salario de periodista robando carros usados en la vecina Venezuela para venderlos en Colombia.

Foto de Henry Molano.
Foto de Henry Molano.

Sucedió en otros lugares. En Cúcuta tampoco encontré, tiempo después, al corresponsal de entonces: un bailarín obeso que dejaba la credencial de periodista empeñada en las casas de lenocinio como prenda de garantía de que iría a pagar las cuentas en el momento menos pensado. Necesitaba que él me prestara el aparato de télex de la oficina de El Tiempo para transmitir la primera noticia sobre una masacre de 400 colombianos en Venezuela* que luego se convirtió en mi primer libro, Los que nunca volvieron. En el diario local, La Opinión, me pusieron al corriente: el corresponsal trabajaba poco porque dedicaba la mayor parte de su tiempo a viajar por los pueblos vecinos para extorsionar a comerciantes en asocio con un cuñado suyo que tenía el cargo de agente provincial de rentas y aduanas y le prestaba uno de sus uniformes y de sus kepis marrón de «chirrinchero», como eran llamados esos agentes de la ley debido a que, principalmente, confiscaban botellas de aguardiente «chirrinche», bebida artesanal embriagante y barata, de alto octanaje, derivada del guarapo, que no paga impuestos y es traficada sin licencia de sanidad. No obstante, pasado el tiempo, con ayuda del mismo cuñado, aquel reportero elemental y disoluto desenterró una fosa común clandestina. Sabía que oficiales de la Fuerza Aérea sepultaron en ella a un grupo de hombres a los que asesinaron durante un ajuste de cuentas patituertas. Fue la última noticia que firmó como corresponsal y, en vez del premio nacional de periodismo, recibió las amenazas de muerte que consideró suficientes como para perderse en el exilio y el olvido. Alguna vez corrió el rumor de que había muerto en un pueblo andino del Ecuador, donde comerciaba chucherías empujando por las calles un tenderete rodante. 

Otra demostración de la miseria de mi oficio la encontré en Popayán: nuestro periodista se había pasado a vivir en el pequeño cuarto que servía de oficina de la corresponsalía para disminuir sus precarios gastos personales. Luego, desapareció. Fue necesario derribar el portón y únicamente encontramos un colchón de morra enrollado, un reverbero de alcohol desfondado y un talego con sobras de café. No estaban el escritorio, la máquina de escribir, la lámpara, las dos sillas de oficina ni el télex; los había vendido para financiar su escapatoria. 

—Lo vi hacer el negocio —me avisó un vecino que llegó a curiosear la inspección al aposento. 

En el puerto fluvial de Barrancabermeja, médula espinal de la agitada industria petrolera del país, el corresponsal era Raúl Chacón, gran persona y reportero consagrado en carne y hueso. Conocía más del bajo mundo y la corrupción local que la inteligencia militar y los jueces honrados. Al mediodía divulgaba un radioperiódico con noticias vibrantes que redactaba en hojas de desecho y a una velocidad heroica. En las noches recaudaba propinas tocando el violín en un asadero de pollos, vestido de mariachi. Con los años, Raúl abandonó las penurias del periodismo y fundó en Bogotá un grupo de música popular mexicana (Mariachi Huasteco) que le daba dividendos para comer y beber a gusto. Se ubicaba entre los resplandores y las sombras nocturnas de la Avenida Caracas con Calle 60, a la espera de clientes apesadumbrados o prendados de amor, y bebi- dos, que lo llevaran a dar serenatas rancheras. Cubiertos con sus sombreros de charros de alas colosales, de forma semejante a las antenas parabólicas, Raúl rompía los sueños con su música, como un carro-bomba melodioso, con sus dos violines, un guitarrista, dos trompetas y un guitarrón, en casa de las bienamadas de sus clientes, cuando ellas dormían. 

En Santa Cruz de Mompós, ciudad valerosa, varada en el siglo XVII al borde del río Magdalena, el corresponsal era Alejandro Mieles Trespalacios. Durante todo el año trabajaba a ojo cerrado en la única crónica potencialmente posible: la procesión de Semana Santa. No había en ese tiempo ningún otro acontecimiento por esas tierras hirvientes digno de mencionarse, con excepción de algún naufragio circunstancial en las vecindades fluviales. Tenía pasión verdadera por el oficio y tuve la desventurada idea de hacerlo trasladar a la vetusta ciudad de Popayán (museo y mortaja de abolengos, prosapias y blasones) para que se encargara del puesto de trabajo abandonado por el corresponsal fugitivo. Alejandro —dilecto amigo— aceptó sin saber que debería cubrir otra vez peregrinajes católicos, ensombrecidos con incienso, cofradías de flagelantes errabundos, misticismos y fe, por callejuelas españolas empedradas y pasar la vida en una monotonía atávica, anclada en nostalgias coloniales de las que venía hastiado desde Mompós. Se marchó pronto para volver a la costa norte, se instaló en Sincelejo y se enganchó a la radio comercial hasta su muerte, en 2016, cuando tenía 78 años. 

Por esos tiempos me interné en el siempre olvidado Chocó, jardín de las delicias de la vida natural. Un vuelo comercial me llevó hasta Medellín y allí conseguí cupo en un antiguo bimotor de aluminio magullado que me condujo a Turbo, en la subregión de Urabá. Me acomodé en el estrecho espacio libre que dejó la sobrecarga de mercancías de contrabando subidas a bordo y llegamos sin poder escurrirle el bulto a un frente de borrascas y remolinos atmosféricos espesos que el piloto —pálido y mudo— desafió santiguándose, como última esperanza, cuando los pedales y las palancas de mando dejaron de responder adecuadamente. 

Turbo está en el margen oriental del golfo de Urabá, en el mar Caribe, sobre el cual desemboca el impetuoso, vasto y profundo río Atrato, que navegué a contracorriente en una lancha de pasajeros, hasta Riosucio, pueblo pantanoso y acuático al que en ese tiempo todavía no habían llegado el servicio estatal de energía eléctrica ni el automóvil. Se encontraba —pensaba yo— en el mismo estado primitivo que tuvo cuando fue fundado, en el siglo XVI, por el colonizador español Vasco Núñez de Balboa. 

Durante la semana siguiente anduve por las selvas aledañas y remonté los ríos vecinos Salaquí, Cacarica y Truandó, por cuyas aguas entonces ya bajaban flotando por cientos de miles, como cadáveres, árboles de los bosques de la región, derribados por traficantes de maderas. Nunca han dejado de depredar esos follajes nativos, sin igual en el mundo y hoy exiguos. Vi, a tiro de piedra, jaguares enormes bebiendo agua, vigilantes, en las orillas y caimanes de hasta seis metros de longitud durmiendo al sol, con las fauces abiertas, acomodados sobre árboles derribados que avanzaban con la corriente hacia los aserraderos mecanizados de Bocas de Matuntugo, en la desembocadura del Atrato, donde los convertían en tablones para negociarlos en el mercado negro. En un momento, en el Cacarica, apagamos el motor del bote durante un largo rato para complacernos con el paraíso circundante. Algunas águilas pescadoras planearon sobre nosotros sin recelos y una de ellas cayó como un proyectil, cazó una serpiente dorada que nadaba en zigzag a nuestro lado y, en un instante, remontó el vuelo forzando sus alas poderosas y llevando la presa atrapada con las garras corvas, fuertes y agudas. 

Esta correría me recordó todo el tiempo El corazón de las tinieblas, donde Conrad escribió, en 1899: «Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación». 

*GONZALO GUILLÉN

Periodista

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«La artillería de la libertad. Medio siglo de periodismo», el nuevo libro del reconocido periodista Gonzalo Guillén está disponible para la compra en versión física y digital, para Colombia y el exterior, y puede adquirise en:

– Físico

– Digital

Palestina crucificada

Por Javier Claure C.*

El pueblo palestino no puede ser el sacrificio de la humanidad.

                                            “Yo moriré pero volveré y seré millones”
Túpak Katari, líder indigena descuartizado en La Paz (Bolivia) en 1871.

Palestina
eres la joya arrebatada de Medio Oriente
más de siete décadas crucificada
tus ojos son dos barcos encallados sin ventanas
tu cabeza una prisión forzada en tu propia casa
tus manos son las manos encadenadas de la esclavitud
y tu corazón un tubo abierto de alfileres

Palestina
la Tierra Prometida por Dios
flagela tus nervios y tus extremidades
la Tierra Santa del infierno
contamina el mar de tus costas
y las aguas del río Jordán
franja mutilada que arde en llamas
entre murallas, campos de agricultura
y paja brava

Palestina
eres el muro de cemento que se levanta como castigo
la herida abierta que desagua sueños y esperanzas
y en el devenir del tiempo
no se divisa
el resplandor en los techos de calamina
sino la espina de mil púas
incrustada en tu columna vertebral
niños y jóvenes encarcelados
cortes de agua y de luz como látigos punzantes
y el hambre sobre el pecho que golpea el alma

Palestina
eres la bravura que desciende por las montañas
eres la intifada *
en busca del mapa no cortado
otras veces
eres rebeldía con causa
pariendo hombres y mujeres con la frente en alto

Palestina
de piedras contra cañones
de palos contra aviones
y en medio de esta cruel asimetría
la razón contra la barbarie del más fuerte

En Palestina
caen bombas desde el cielo
y sus calles se transforman
en escombros sellados con la estrella de David
en adobes, en trozos de hormigón armado
en montículos de muebles, de televisores,
de muñecas y de cuerpos destrozados
cobarde aplastada
como quien dice
allí
ellos teñidos con el líquido de los vasos sanguíneos
y nosotros aquí blindados jalando más territorio


Palestina
sabemos que la serpiente maldita de cinco cabezas
apuñala tus pies descalzos
sabemos que el nacimiento de tus habitantes 
está escrito por tus muertos
sabemos que las estatuas hablan de tus héroes
tu biografía está plasmada en periódicos
y en tus plazuelas protestan
contra la invasión de los asaltantes

Los palestinos
son defensores de su nación, de su tierra,
de sus cosechas, del pan que cae a sus platos
y de la veracidad que cubre sus alamedas


Desde hace mucho tiempo
quieren volver a su hogar
sin muros, sin vallas y sin colonos
los palestinos
no han visto sino
arrodillado a su estandarte
no han escuchado sino
la muerte tocando las puertas de sus casas
no han encontrado sino
mortajas, sábanas blancas, ataúdes
y a una comunidad internacional
sorda, muda y ciega
que siempre
se ha hecho tercamente esquizofrénica

Entre la Biblia y el Muro de los Lamentos
esta hipocresía
esta agresión
esta sangre coagulada
este yunque martillado día a día
cuando las miradas se buscan a tientas
entre los matorrales y los árboles
que gritan Paz y equidad por sus raíces


Ahora
que la dirección está mal puesta
ataca el enemigo
por el flanco rojo y blanco de cincuenta estrellas
cientos de niños mueren junto a sus padres
cientos de mujeres reposan inmóviles para siempre
cientos de ancianos yacen descuartizados
y todos se preguntan
¿irán esos niños de tiernos rostros al cielo?


Una vez más
desde Jerusalén acribillaron a Cristo en Palestina
miles de Judas cargados con poderosos clavos F-16
abrieron su pecho inmaculado
sangra que sangra sus costillas
ante los ojos de una gran multitud
que clama por la justicia.

* Intifada: levantamiento popular contra una fuerza ocupante o Gobierno opresor.

♦♦♦

Javier Claure C.


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