Por: Luis Britto García
No está completo el templo del autobús sin el santo pintado en el parabrisas, ni la feligresía de pasajeros sin el predicador que se colea a solicitar limosnas o vendernos la salvación en una sola cuota.
La prueba de que existe la bondad humana es que nunca le cobran pasaje los autobuseros al orador de colectivo, y sospecho que mucho pasajero viaja gratis fingiendo que ofrece baratijas tan feas que nadie las compra.
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